¿Qué hacer en el TC?

¿Qué hacer en el TC?

Repensar los aspectos básicos de todo el esfuerzo institucional concerniente a las Altas Cortes vale la pena. Esencialmente, porque el modelo democrático dominicano debe entender el ordenamiento jurídico como su muro de contención por excelencia y limitante de la ira y vocación autoritaria que tanto seduce la conducta de la fauna política.
Repetirlo hasta el cansancio resulta oportuno. En las actuales circunstancias, el presidente Danilo Medina y los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) tienen el desafío de garantizarle a la sociedad que el mecanismo de sustitución de los magistrados del Tribunal Constitucional (TC) liquide la senda que originó su creación, y a su vez, caracterizó cuotas y repartos partidarios. Constituye una tomadura de pelo las argumentaciones que intenta crear una ventana legitimadora de la politiquería, asociando la naturaleza militante de algunos integrantes del órgano constitucional que colocan la razón jurídica en un segundo plano. Aquí nadie discute el partido y orientación ideológica de los miembros del CNM. La verdadera apuesta es que el afán institucional sea priorizado, dejándole definitivamente cerrada la puerta a las combinaciones truculentas que permiten a dirigentes partidarios tener “sus” jueces.
Las manifestaciones de caricaturización del ordenamiento institucional del país terminan dinamitando las sanas intenciones de avanzar y garantizarnos un modelo de nación propio del siglo 21. En el terreno práctico, el nivel de frustración ciudadana con el sector justicia es el resultado de burlas que esconden bajo el ardid de “reformas” clarísimas intenciones de preservar ventajas irritantes. El patético cuadro que permitió a Roberto Rosario salir de la Junta Central Electoral al comité central del PLD, garantizar a José Manuel Hernández Peguero saltar del Tribunal Superior Electoral a la jefatura técnica de la instancia arbitral en los próximos comicios, colocar a Marino Mendoza de un asiento en la cámara baja por el PRD en la ruta de tomar decisiones respecto de las diferencias en las organizaciones partidarias, hacer del amigo Eddy Olivares vocero de un aspirante presidencial a un año de su salida de la JCE y hasta enviar en premio de compensación a John G Valenzuela a la embajada en Israel, envían señales dantescas sobre el drama de la verdadera institucionalidad del país.
Admito que la reciente experiencia para seleccionar a los titulares del Tribunal Superior Electoral (TSE), el manejo de los integrantes del CNM llenó las expectativas ciudadanas. De paso, la última encuesta Gallup consigna que el nivel de impugnación del actual Tribunal Constitucional alcanza el 58% de desfavorabilidad, dejando que un 33% de la población apruebe sus ejecutorias. Una clara señal de desagrado que podría establecer las bases para que en toda la etapa de reemplazo de los cuatro jueces se oriente, no sólo el perfil de los potenciales nuevos integrantes, sino la factibilidad de un reordenamiento en su mando para estructurar aires de credibilidad en capacidad de garantizar que la política no mantenga el control y administración de la gestión institucional del órgano constitucional.
La comunidad jurídica sabe distinguir entre los hombres y mujeres que integran el TC como resultado de su talento y capacidad. Inclusive, invito a que lean los trabajos y desempeño de los magistrados H. Acosta, K.M. Jiménez, V. Castellanos y L.M. Piña. Aunque una falta imperdonable y la debilidad de carácter llenaron de oprobio el tramo final de su gestión, Jottin Cury es un profesional estudioso. Con Isabel Bonilla y Justo Pedro Castellano, siento que su militancia, en casos específicos, doblega la voluntad jurídica.
Imperdonable resultaría que todo el proceso de selección del Tribunal Constitucional reitere vicios y traumas, entendidos porque retrataron la fase inicial de edificación de las Altas Cortes. El qué hacer, es tarea impostergable y Danilo Medina tiene, en su condición de cabeza institucional del CNM, la mayor responsabilidad en garantizarnos inyectar aires de credibilidad a un órgano diseñado exclusivamente a la medida del faraón que lo preside.

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