El país debe exportar más y una mayor variedad de productos, a la vez que defiende a la industria local de prácticas desleales
El mundo ha vuelto al proteccionismo, a través de la imposición de aranceles y contingentes arancelarios, no solo de barreras técnicas.
La reculada se inició como parte de una guerra comercial entre Estados Unidos y China, iniciada por Donald Trump, continuada por Joe Biden, y con la respuesta china; y se está extendiendo por el mundo, particularmente en América Latina.
Para muestra un botón: La guerra comercial ha aumentado la tasa arancelaria media sobre las importaciones estadounidenses de productos chinos del 3% al 12 por ciento.
En unos casos se trata de un proteccionismo ofensivo, que simplemente impone aranceles para cubrir deficiencias productivas y competitivas y en otros se trata de un proteccionismo defensivo, cuando se hace para el país defenderse de prácticas desleales de comercio.
Ante la nueva realidad, la reacción de República Dominicana no debe ser pasiva y, de hecho, no lo ha sido, pues para defender a la industria del acero de prácticas desleales impuso un arancel de 15% a las importaciones de varilla provenientes de Costa Rica, que entraba al país camuflada con el sello costarricense, pero que en realidad era acero chino.
Pero no debemos quedarnos ahí. Se debe adoptar una política basada en lo que algunos llaman un “proteccionismo flexible o cambiante”, que es aplicar medidas proteccionistas con conveniencia de los intereses de la nación en un horizonte de largo plazo.
Lo que acaba de hacer México podría orientarnos sobre el camino a seguir. México, que compite con la República Dominicana en la atracción de empresas que buscan relocalizarse en el marco del concepto de nearshoring, acaba de imponer aranceles temporales de entre 5 y 50% a la importación de 544 clasificaciones de productos (fracciones arancelarias) para aprovechar las ventajas de la relocalización.
Entre los productos involucrados están acero, aluminio, textiles, confección, calzado, madera, plástico y sus manufacturas, productos químicos, papel y cartón, productos cerámicos, vidrio y sus manufacturas, material eléctrico, material de transporte, instrumentos musicales y muebles.
México ha justificado la medida en el interés fomentar el desarrollo de la industria nacional y apoyar el mercado interno, así como “debido a la creciente implementación de nuevos modelos comerciales a nivel mundial, como el caso de la relocalización, que tiene por objeto acercar la producción de las mercancías a los territorios de consumo, resulta necesario implementar acciones concretas que permitan una interacción equilibrada del mercado para evitar distorsiones económicas que puedan afectar la relocalización de los sectores productivos considerados estratégicos para el país, así como la atracción de nuevas empresas e industrias de alto valor agregado”.
Esto ocurre cuando varios países de la región han impuesto aranceles al acero chino, que está colmando a los mercados latinoamericanos, provocando cierre de empresas, suspensión de operaciones y caída de la producción y el empleo, y otros planean hacerlo.
El propio México había impuesto en agosto de 2023 y hasta 2025 un 25% de arancel las importaciones de acero y aluminio provenientes de China, india, Corea del Sur y otros países con los que no tiene tratado de libre comercio. Chile y Brasil acaban de hacer, casi de manera simultánea, algo parecido.
Chile ha establecido tasas arancelarias de 22,5 %, 14,2 % y 9,2 % a las bolas de acero forjadas para molienda y en 10,4 %, 10,3 % y 19,8 % a las importaciones de barras de acero; mientras que Brasil ha impuesto aranceles de hasta el 25% a 11 productos de acero sobre volúmenes que excedan el nivel de importaciones observado en los últimos años.
Y la carrera por la protección arancelaria continua. Colombia estudia una propuesta para aumentar el arancel a las importaciones de acero desde 5% a alrededor de 20 por ciento y 25 por ciento.
Es comprensible que la industria del acero latinoamericano se resista a ser empujada a la muerte por asfixia ante prácticas desleales de comercio, siempre y cuando no caiga en escudarse en esa resistencia para cubrir sus propias carencias, que terminarían siendo pagadas por el consumidor.
La meta del país debe seguir siendo la de enfocarse en exportar más y una mayor variedad de productos, sin descuidar a la industria local, protegiéndola de prácticas desleales de comercio.