¡Qué horror, la política!

¡Qué horror, la política!

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Durante mis estancias en los Estados Unidos he conocido personas muy valiosas como seres humanos. Tal vez por una de esas jugarretas de lo circunstancial, capaz de presentar panoramas inusuales y rodearnos de gente noble, decente y auténticamente religiosa, que son los políticos patrocinadores  del negocio de la guerra.

Que es, junto a los manejos políticos, el más formidable negocio.

Hay escenas que no puedo olvidar: Aquel jovencito que trabajaba en las afueras de Dallas, encargado de una gasolinera, que estaba convencido de que Estados Unidos, bendecido por Dios, tenía el deber de imponer la justicia, la paz y la vida agradable en el mundo entero, por lo cual estaba dispuesto a ingresar a las Fuerzas Armadas e ir a morir en cualquier país que consideraba oprimido, sin saber nombre, circunstancia o localización.

Todo por ser consecuente y agradecido con los padres Fundadores de la Nación y los «nobles» presidentes y jerarcas políticos que les sucedieron, que invariablemente se visten con el impoluto traje de los más altos y noble propósitos para la Patria.

En cualquier país y en cualquier tiempo.

Hitler -según vociferaba entre gesticulaciones que no entendemos cómo no producían hilaridad- pretendía que sólo buscaba la grandeza de Alemania. Alejandro Magno «sólo quería» la grandeza de Grecia. Harry Truman, con la guerra ganada, comete el crimen de Hiroshima y Nagasaki para llevar a Estados Unidos a ser una potencia única, horrorizada con el comunismo pero no con las acciones enfermizas de la intolerancia puesta en la cabeza visible del senador McCarthy. Tampoco cuenta la guerra de Corea, la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba o los incontables muertos y lisiados en Viet Nam. No importan las invasiones a la República Dominicana y a Haití. No importa el horror de Irak, opulento en petróleo, ni importa Irán ni nadie más.

Sólo el formidable negocio de la guerra.

Pero la guerra no es el único gran negocio. Está la política. Las ofertas imposibles de cumplir, ahora, cada día más, sazonadas de insultos.

La política se nos ha vuelto un asco.

¿Se conquistan partidarios de ese modo? En el inicio de estas líneas hablaba de los Estados Unidos y la buena gente que conocí.

¿Por qué? Por el impacto de las fotos de dos aspirantes a la Presidencia norteamericana, Hillary Clinton y Barak Obama, una rubia y un negro, saludándose sonrientes y hasta con tonalidades afectuosas, tras un debate civilizado.

No se hirieron con los trapos sucios que ambos hubiesen podido desplegar al sol.

Al fin y al cabo, para llegar a tales altitudes de poder -aunque quisiéramos que no fuese así- hay que hacer cosas «non sanctas» en alguna medida.

Pero no refrescó el alma la constancia de que es posible un debate civilizado.

Por encima de los odios, las ambiciones y las desesperaciones.

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