Que la paz sea con todos

Que la paz sea con todos

Mucho preocupa, desde la llegada a los umbrales de grandes festejos navideños, la posibilidad de que por culpa de excesos en consumos alcohólicos y conducción temeraria de vehículos ocurran tragedias que puedan afectar a los propios desaprensivos o fortuitamente al prójimo que va también por la vida. Todo el mundo sabe que la Natividad, por su esencial origen y tradición, es tiempo para la unión, celebraciones y felicitaciones; para el brindis y cenas especiales que por justicia deben llegar a todas las mesas, de ricos y pobres. El extenderse más allá de las cordialidades y simbolismos de lo pascual ha cobrado terreno mientras voces de sensatez y religiosidad llaman al comedimiento. Las estadísticas anuales sobre víctimas en el tránsito y en conflictos personales bajo exaltación de bebidas son frecuentes muestras de desatención a las exhortaciones.
El Estado falla como ente de persuasión para el bien colectivo, dejando el campo abierto a quienes prefieren beber sin límites y absteniéndose de asumir con toda responsabilidad un mayor control sobre las violaciones de tránsito que tantas vidas cuestan. Aparte de las preocupantes excepciones de comportamiento, y como innegable mérito ciudadano, en muchos ámbitos predominan la buena voluntad y el sano regocijo, haciendo provecho de las más significativas fechas del año para reforzar los vínculos familiares y de amistad.

Desintegración de jurisdicciones

Las comunidades desarrollan sentido de pertenencia a lo territorial y a lo histórico, prefiriendo la integridad de los espacios que han sido suyos a través del tiempo, adhesión que es agredida por las particiones geográficas a las que algunos se dedican con la intención de crear jerarquías y desarrollar mini poderes regionales alcanzables a la ambición política mediante elecciones.

Por ese camino se ha llegado a convertir a la República Dominicana en uno de los países de mayor número de provincias y municipios por kilómetro cuadrado; una multiplicación abusiva de los panes a comer en el festín en que se prefiere convertir la Cosa Pública; con jefecitos, nóminas y autonomía financiera en cada palmo. El clientelismo llevado a lo municipal para que los liderazgos resulten más caros al contribuyente que alimenta el fisco.

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