¿Qué le dice usted a una dama desnuda?

¿Qué le dice usted a una dama desnuda?

RAFAEL ACEVEDO
Aunque no lo enseñan en las escuelas, cualquier hombre sabe más o menos qué cosa decirle en la intimidad a la mujer que ama. Pero cosa muy distinta es saber qué hacer o qué decir ante una dama elegante y hermosa que, en un lugar público,  se presenta ante usted dirigiéndole la palabra con toda corrección y cortesía, con sombrero y guantes, de taco alto y cartera, pero completamente  desnuda.  

Esta escena corresponde a una película basada en un programa de TV, La Cámara Escondida. La “gracia” consiste en confrontar  a un transeúnte inadvertido con una situación sorpresiva, del tipo que los sociólogos llaman “inestructurada”. Una situación de asalto es inesperada, pero está claro quién manda y quién obedece, y es bastante predecible lo que harán  luego asaltante y asaltado.

Cualquier persona aprende a temprana edad a manejar la mayoría de las situaciones que se le han de presentar en su vida adulta. La sociedad  enseña los rudimentos de cómo ser padre, maestro, trabajador, patrón, y como ser un ciudadano. Pero siempre quedan áreas  conductuales no bien definidas, que nadie enseña formalmente.

Las gentes de clase media aprendemos tempranamente a respetar a otros, y se nos hace incómodo responder insultos, discutir acaloradamente, y más aún, insultar de frontón a cualquier persona. La regla parece ser que el que se enoja pierde.  Se pierde crédito e imagen, no importando que usted tenga la razón.

Como otros profesionales, estudié la conducta humana para aconsejar a nuestros conciudadanos acerca de  problemas sociales. Lo más lejos que  tenía era que los mayores problemas que tendrían los dominicanos hoy día tienen poco que ver con sociología y fenómenos socioculturales, sino con elemental falta de honradez y vergüenza. Al punto que casi todo lo que tengo que aconsejar, lo aprendí en la clase de catecismo.

Como comunicador, la idea era la de ofrecer puntos de vista y orientaciones para la reflexión y el análisis sopesado de hechos y circunstancias. Nunca imaginé que me tocaría denunciar barbaridades de aquellos a los que se les paga para que nos defiendan, que conviven contumaces entre nosotros, y ante los cuales es difícil tener la actitud correcta, sin caer en provocación o insulto. 

¿Qué pleitesía hay que tener para dirigirse al señor Ministro que se aprovecha de su cargo para hacer ilegal fortuna? ¿Con cuánto rigor e imparcialidad debemos, por una parte, reconocer las a veces muy correctas  acciones de un mandatario que, por la otra, debería ser procesado y destituido por faltas graves contra las leyes de la Nación?

¿Qué se dice a gobernantes descaradamente corruptos, indolentes ante  grandes males del país, afanados en mantener el poder y eternizar su impunidad?

Particularmente perplejizante y embarazoso es para gentes honestas que visitan exclusivos centros públicos y clubes privados; tener que encontrarse allí con asaltantes del Erario, con desfalcadores de bancos y malversadores connotados de fondos públicos; con negociantes que se han enriquecido a costa de dolos  contra el Estado. ¿Los debe saludar usted: Buenas tardes don fulano? ¿Les sonríe usted con espontáneo agrado o se ruboriza ante tales bergantes?  Seguramente siente usted deseo de decirles: “Qué bien se ve usted, buen ladronazazo, ¿aún no lo han sometido? O muy cristianamente: “Siento mucho que usted haya robado tanto. Ruego mucho porque usted se arrepienta y devuelva esos dineros mal habidos”.

Me pregunto cuál sería una regla  de cortesía razonable, en que por lo menos pudiésemos expresarles, sólo en defensa propia, sin ofender ni armar escándalo, el disgusto y malestar que nos causa su iniquidad. Para que, por lo menos, esos personajes sintieran en vergüenza y remordimiento lo que usted siente de frustración y justa indignación.  Y salir de la situación, al menos tan campante y fresco como ellos. Aunque lo justo fuera que el malvado quedase maltrecho y sin deseos de volver a abusar de usted  y de los demás ciudadanos que, callados y esperanzados, puntualmente rezamos el padrenuestro y pagamos los impuestos, sin meter las manos en bolsillos ajenos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas