¿Qué le pasa a esta sociedad?

¿Qué le pasa a esta sociedad?

LEILA ROLDÁN
Cotidianidades como una salida nocturna, un rally, comprar un teléfono móvil o hasta pasear un perro se han convertido en señales de alarma que nos avisan que algo se descompone irreparablemente en nuestra sociedad. Salir a un bar y encontrar un afiche que promociona un concurso de consumo de tequila no sorprende a nadie. Mucho menos a los muchachos que aceptan el reto de participar en él. No hay prudencia en la persona que idea tal competencia, no hay prudencia en las que deciden aceptar el desafío, y esa falta de prudencia constituye causa generadora de la pérdida de dos vidas jóvenes.

Competir en un rally de destreza y conocimientos es un pasatiempo agradable y hasta cierto punto sano. Hasta cierto punto. Ese punto se quiebra cuando los organizadores introducen pollos en una de sus pruebas. Allí se desata la crueldad. Los participantes, con los ojos vendados, buscan llaves escondidas entre las plumas y, cuando las encuentran, son retados por el resto de los presentes a lanzar el animal contra las paredes perimetrales del lugar donde la prueba tiene lugar. Al cabo de dos o tres participantes, los animales empiezan a sangrar y mostrar señales de sufrimiento, pero a los presentes no les importa. No hay sensibilidad al dolor inútil de un ser vivo.

Comprar un teléfono móvil en una de esas coloridas compañías debería ser un acto rutinario. Deja de serlo cuando, al poco tiempo de pagar un aparato supuestamente nuevo, el mismo deja de funcionar. Entonces empiezan los reclamos. Pero los empleados de la telefónica ya no tienen la misma actitud de cuando vendieron el aparato. Ahora se hacen esperar, aparatos nuevos con supuesta garantía son sustituidos por reconstrucciones aún más defectuosas, se obliga al cliente a ir y venir numerosas veces y hasta un trato despectivo se le ofrece como «compensación». El cliente protesta y los empleados susurran entre sí comentarios irónicos. Indolencia en los empleados. Impotencia de estafado en el cliente y el aparato termina desmigajado por la rabia que lo lanza contra una pared. La situación se repite incesantemente, perpetuada por la desidia.

Pasear una perrita en tarde de sábado debe ser una experiencia relajante, no sólo para la hermosa y joven señora que lleva la traílla, sino para el transeúnte que al pasar disfruta la escena. La estampa se transforma en cuento de horror cuando un hombre sobre una motocicleta se baja rápidamente y la empuja al suelo. La perrita ladra desesperadamente y la señora grita cuando las manos de su agresor hurgan su cuerpo con violencia. El hombre necesita silencio para cometer el delito que ha planeado. Lo consigue cuando, con su puño cerrado, propina el más fuerte de sus golpes en el rostro aterrorizado. Los vecinos, alertados por el ruido, salen en auxilio. El hombre sólo tiene tiempo para arrancar un celular del pantalón, subir a su motor y salir huyendo. Aunque el golpe en su cara ya empieza a sanar, la señora advierte a su perrita que ya sólo puede ver la calle sacando la cabeza por los huecos del balcón. Porque la consecuencia natural es el miedo.

Sí, es cierto que siempre ha existido imprudencia, falta de sensibilidad, indolencia y miedo. Pero «avanzar», «desarrollarnos como sociedad» no sólo implica adelanto biológico, científico, tecnológico o cultural; teóricamente supone también progreso a nivel social. Evolucionar como civilización debe conllevar una reducción de este tipo de hechos, no su incremento. Sin embargo nuestra sociedad se ve abrumada por la proliferación de estas realidades, cuya impunidad resulta, además, ostentosa; y la aparición de una situación tras otra nos va acostumbrando a soportarlas como irremediables. ¿Qué le pasa a esta sociedad? ¿Qué nos pasa a nosotros?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas