El río no estaba muy lejos. Chaz Powell podía ver el Zambeze a unos pocos cientos de metros, al fondo del desfiladero. Estaba tentadoramente cerca, pero fuera de su alcance.
«No puedo describir la sed que tenía», dice Powell.
Se había quedado sin agua y no tenía forma de bajar al río. «Estaba empezando a sentirme realmente mal», dice. «Mi temperatura corporal era una locura».
Powell, guía de expediciones de Reino Unido, estaba a punto de experimentar lo que es estar varado sin la comodidad que la mayoría de nosotros damos por sentado.
En gran parte de los países desarrollados, acceder a agua potable es tan simple como abrir un grifo.
Pero alrededor de 1.100 millones de personas carecen de acceso a agua potable en todo el mundo, y un total de 2.700 millones tienen dificultades para conseguirlo durante al menos un mes del año.
Y cuando nos quedamos sin agua, las cosas pueden ponerse feas muy rápidamente.
Powell experimentó esto en una expedición solitaria a lo largo del río Zambeze, en África, después de haber comenzado su viaje en Zambia.
Otra ruta
Era agosto de 2016, la época más calurosa del año, con temperaturas que alcanzaban los 50°C durante el día.
Powell, quien tenía por aquel entonces 38 años, tuvo que caminar para evitar las llanuras aluviales de Barotse, sumergidas durante el 90% del tiempo.
Iba bien. Había conseguido recorrer una media de 36 kilómetros al día.
Pero una vez en el desfiladero del río Zambeze, Powell redujo considerablemente la velocidad. «Empecé a hacer no más de unos tres kilómetros al día», recuerda.
A un ritmo tan lento, Powell calculó que le llevaría un mes llegar al otro extremo del desfiladero, y estaba empezando a quedarse sin comida.
Así que necesitaba encontrar otra ruta.
Un día a las cuatro de la mañana, Powell emprendió su salida del desfiladero, con dos botellas de agua de dos litros del Zambeze.
Cuando comenzó a caminar, la temperatura ya era de 48°C. Tres horas después logró salir del desfiladero, luego de subir entre 750 metros y un kilómetro. Hasta ese momento, le quedaba una botella de agua.
Pero cuando llegó a la cima, el terreno no era lo que esperaba.
«Estaba completamente cubierto de espinas y era solo una serie de pequeñas colinas que bajaban al desfiladero», dice Powell. Después de tres horas de caminata, se quedó sin agua por completo.
«Así que decidí que iba a intentar volver a bajar», cuenta. Pero ya no estaba en el mismo sitio por el que había subido y no había forma de descender.
Inicio de la deshidratación
En promedio, el agua constituye alrededor del 60-70% del cuerpo humano.
Nuestro organismo pierde agua a través de la orina, el sudor, las heces y el aliento, por lo que tenemos que reponerla continuamente. Si no lo hacemos, podemos deshidratarnos.
La primera etapa de la deshidratación es la sed, que se activa cuando se pierde el 2% del peso corporal.
«El cuerpo se aferra a toda la humedad restante», dice Dileep Lobo, profesor de cirugía gastrointestinal en la Universidad de Nottingham, Reino Unido, y quien investiga el equilibrio de líquidos y electrolitos.
«Para mantener los niveles de oxígeno, tu frecuencia cardíaca aumenta», añade.
La velocidad a la que se produce la deshidratación varía según las condiciones a las que se someta el cuerpo.
«Los seres humanos tenemos un límite de tolerancia al calor. Cuando lo superamos, sufrimos estrés por calor e incluso la muerte», dice Lobo.
«Las tasas de mortalidad aumentan en los días extremadamente fríos, pero aumentan mucho más en los días extremadamente calurosos».
Incluso una deshidratación leve puede hacernos sentir más cansados y menos capaces de desempeñarnos físicamente.
A medida que perdemos más agua, nuestra capacidad de enfriarnos a través del sudor también disminuye, lo que aumenta el riesgo de recalentamiento.
Nuestra sangre comienza a espesarse y a estar más concentrada, lo que significa que nuestro sistema cardiovascular tiene que trabajar más para mantener nuestra presión arterial alta.
Nuestros riñones intentan compensar la deshidratación reteniendo más agua a través de la reducción de la orina.
El agua también sale de nuestras células al torrente sanguíneo, lo que hace que se reduzcan de tamaño.
Efectos posteriores de la deshidratación
Al perder el 4% de nuestro peso corporal en forma de agua, la presión arterial disminuye y pueden producirse desmayos.
Cuando es el 7% del peso corporal el que se pierde, se produce un daño orgánico.
«Tu cuerpo tiene problemas para mantener la presión arterial», dice Lobo.
«Para sobrevivir, ralentiza el flujo sanguíneo a órganos no vitales, como los riñones y el intestino, causándoles daño. Sin que los riñones filtren la sangre, los desechos celulares se acumulan rápidamente».
Sin embargo, algunas personas pueden sobrevivir a una deshidratación así de grave e incluso pueden seguir desempeñándose a niveles altos.
Beber orina
Powell activó un teléfono SOS que portaba y que estaba vinculado a un servicio operado por una empresa con sede en Estados Unidos.
Pero cuando le contestaron, no encontraron a nadie cerca que lo pudiera ayudar.
Desesperado, Powell cavó un agujero en la tierra seca para mantenerse fresco y comenzó a beber su propia orina, que combinó con una bolsita de sales de rehidratación.
En un adulto sano, la orina es agua en un 95% y el resto son productos de desecho, excretados por los riñones, incluidas las sales y el amoníaco.
Cuando alguien está deshidratado, el contenido de agua se reduce notablemente, lo que hace que beber orina sea algo más parecido a beber agua de mar.
«Aunque puede ser seguro beber orina a corto plazo para rehidratarse, la respuesta fisiológica a la deshidratación es conservar la sal y el agua», dice Lobo.
«La producción de orina disminuye y, en última instancia, el ser humano puede desarrollar una lesión renal aguda y anuria (los riñones no producen orina). Por lo tanto, la cantidad de orina a mediano plazo no será suficiente para mantener una hidratación adecuada».
Agregar sales de rehidratación sin una buena cantidad de agua podría ayudar a Powell a reemplazar las sales y el azúcar, pero también corría el riesgo de causar más desequilibrios en su cuerpo.
En casos extremos, un desequilibrio en los niveles de sal puede provocar convulsiones e incluso hemorragia cerebral.
Bajando por el acantilado
Finalmente, un equipo de SOS le dijo a Powell que podían conseguirle un helicóptero, pero que tardaría cuatro horas.
«Prefiero morir cayendo por un acantilado que estar sentado aquí», pensó.
Examinó el acantilado y vio algunas raíces de árboles expuestas a las que agarrarse, por lo que decidió bajar. Pero se cayó varios metros y se cortó la nariz.
Su decisión de bajar pudo deberse en parte a la deshidratación en sí.
A medida que la deshidratación empeora, puede afectar el funcionamiento de nuestro cerebro, alterando nuestro estado de ánimo y nuestra capacidad para pensar con claridad.
El flujo de sangre a nuestro cerebro, y el volumen del cerebro en sí, se reduce.
Niveles leves a moderados de deshidratación (una pérdida del 2% o más de agua corporal) pueden afectar nuestra memoria a corto plazo, nuestra vigilancia, capacidad aritmética y habilidades de coordinación, particularmente cuando se realizan actividades extenuantes en ambientes calurosos.
Algunos estudios, principalmente en pacientes de edad avanzada, también han encontrado que la deshidratación puede desempeñar un papel en el delirio.
Sin embargo, Powell siguió bajando y se empujó por el acantilado durante casi una hora hasta que logró regresar al río.
Tuvo que sentarse allí durante una hora, refrescándose y bebiendo agua, hasta que pudo acceder a su teléfono satelital para decirles a sus rescatistas que estaba bien.
«La deshidratación es reversible y, al reemplazar el agua corporal, es probable que uno se recupere por completo», dice Natalie Cookson, una aprendiz de doctora de emergencias que trabaja en Londres.
Si no hubiera logrado rehidratarse, los riñones de Powell habrían comenzado a fallar.
Las toxinas pueden comenzar a acumularse, haciendo que los riñones dejen de funcionar correctamente.
Esto puede conducir a una forma de daño renal conocido como necrosis tubular aguda, que incluso si se produce la rehidratación, puede tardar semanas en revertirse.
La tensión adicional en su corazón también habría provocado latidos cardíacos irregulares, caída de la presión arterial y posiblemente convulsiones.
La deshidratación también puede hacer que partes vitales del sistema cardiovascular, como los vasos sanguíneos, se endurezcan, aumentando el riesgo de un ataque cardíaco.
Estar deshidratado en un clima cálido solo agrava el problema.
«El cuerpo es incapaz de regular el calor, lo que provoca la destrucción de las enzimas clave en las vías metabólicas normales, lo que hace que órganos como el cerebro, el corazón y los pulmones dejen de funcionar», dice Cookson.
Eventualmente, esto puede provocar convulsiones, coma y, cuando los órganos comienzan a fallar, la muerte.
Tiempo sin agua
Todavía se debate en gran medida cuánto tiempo exactamente puede sobrevivir alguien sin agua. La mayoría de los científicos están de acuerdo en que los humanos solo pueden pasar unos días sin ingerir alimentos ni agua.
En 1944, dos científicos se privaron de agua, uno durante tres días y otro durante cuatro días, pero consumieron una dieta seca.
Para el último día de su experimento, ambos tenían dificultades para tragar y sus caras se habían vuelto «algo pálidas».
Pero detuvieron el experimento mucho antes de que su condición se deteriorara hasta el punto de volverse peligrosa.
La capacidad de permanecer sin agua también puede variar mucho de una persona a otra.
Existe alguna evidencia, por ejemplo, de que el cuerpo humano puede adaptarse al nivel de agua que se consume regularmente.
El mayor tiempo que se sabe que alguien ha estado sin agua fue en el caso de Andreas Mihavecz, un albañil austríaco de 18 años que fue dejado encerrado en una celda de la policía durante 18 días en 1979 después de que los agentes de guardia se olvidaran de él.
Su caso incluso llegó al Libro Guinness de los récords.
Si bien es probable que pocos de nosotros experimentemos este tipo de deshidratación extrema, alrededor de 4.000 millones de personas experimentan una grave escasez de agua al menos un mes al año.
También es probable que el cambio climático dificulte el acceso al suministro de agua potable en muchas partes del mundo.
Según algunas estimaciones, hasta dos tercios de la población mundial enfrentará escasez de agua para 2025.
Aunque la experiencia de Powell fue una lección de paciencia, también le enseñó lo importante que es el agua.
«Ciertamente ya no la doy por sentado», dice.