Qué manera de quejarse

Qué manera de quejarse

MARIEN A. CAPITÁN
Esa mañana me desencajé. Un saludo, extremadamente afectuoso y peculiar, me sacudió como si me hubiese golpeado una fuerza extraña. «Qué gusto me da verte», me dijo Fior Gil al verme aquel día. Fue entonces cuando, sin darme tiempo a responder, me comentó que a partir de ese momento saludará a todo el mundo de la misma manera: así se evitará, añadió, que la gente le transmita sus energías negativas al compartir un saludo.

Tras advertir que aunque comenzaba su rutina conmigo eso no significaba que yo fuera especialmente negativa o pesimista, Fior continuó diciéndome que ya estaba cansada de que la gente tuviera el mismo tipo de respuesta ante un «¿cómo estás?»: más o menos, tirando, entre Lucas y Juan Mejía, ya tú ve’, sobreviviendo por cabezón, cogiendo lucha… en fin, con frases típicas que indican cualquier cosa menos que se está bien.

Elogiando su nuevo estilo, me reí para mis adentros: a pesar de que suelo responder a un saludo de forma agradable, precisamente ese día tenía la queja a flor de piel (el tránsito, los problemas, la vida…). No se lo dije, para no condenarme, pero su forma de saludar aniquiló mis intenciones y me obligó a sonreír.

Acto seguido, Fior y yo comenzamos a hablar acerca de lo mucho que nos quejamos en este país. El dominicano, por idiosincrasia, se queja hasta de lo que no debe quejarse. ¿Peor aún? Por muy bien que esté, es pesimista y tremendista.

Para ilustrar mejor este ejemplo, nos remontamos al mes de mayo del 2000. En esos días la tasa del dólar rondaba los RD$16 o los RD$17, la inflación era baja, nuestro nivel de vida correspondía realmente al de la clase media acomodada (caray, cuántos gustos nos dábamos) y hasta podíamos hacer planes a mediano y largo plazo sin preocuparnos por aquello de que quizás no tuviéramos dinero disponible. Pese a todo esto, respondíamos que estábamos más o menos.

Recuerdo que nos quejábamos de que la vida estaba dura, de que la situación era insostenible y que el PLD, de seguir en el poder, nos terminaría hundiendo. Así fue que, sin saber aún que comenzaríamos con una hoja perdida y terminaríamos con una clase fundida, llegó al poder Hipólito Mejía.

Durante los cuatro años del gobierno de Hipólito nos quejamos como nunca. El dinero no rendía, la vida se nos hacía cada vez más difícil y, a pesar de los mil intentos por evitarlo, nos íbamos acercando cada vez más a esa clase pobre que no queremos engrosar.

Pensando en ello, y sintiendo el dolor de ver que esta sociedad va cada día más hacia atrás, comenzamos a decir que Leonel Fernández no era tan malo, que su gobierno fue mucho mejor, que realmente llegamos al 2000 en muy buena posición y que sólo él podría salvarnos del desastre total.

Producto de esta nueva forma de pensar, en el 2004 Leonel volvió al poder y comenzamos a respirar. La tasa del dólar se controló, los precios dejaron de subir y nuestro descenso en la pirámide social se detuvo. Descansamos, evitando así el infarto, hasta que de repente volvimos a quejarnos.

Una amenaza de la ampliación del ITEBIS, un intento de construir un metro, unos precios que no bajan a pesar de los pesares y una duda que nos obliga a desconfiar del que gobierne han hecho posible que olvidemos todo nuevamente. Además, han obrado el milagro de que dejemos de confiar y, en lugar de agradecer el que no estemos todavía peor, haya quien diga que este gobierno no va a ningún lado. Esperemos que, para la próxima, la queja no nos salga tan cara como la última vez.

equipaje21@yahoo.com

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