¡Que no se junten!

¡Que no se junten!

La producción agropecuaria precisa la asistencia pública. Por eso me preocupo al escuchar una nueva promesa presentada a los empresarios agropecuarios y labriegos del campo. Es que no deseo que se junte la nueva propuesta con las anteriores, pues decepcionaría a los productores.

Los empresarios, que tienen fundamentos e historial financiero para ir a las puertas de un banco, no tendrían problemas. Los labriegos en cambio, vendrían a malvivir a las ciudades. Y los menos afortunados atenderían cantos de sirenas, ¡y sabrá Dios a dónde irían a parar!

Empresarios agropecuarios como Cesáreo Contreras o Juan Peralta están en una lista que no es tan profusa, de los que sobrevivirán a la reedición de las promesas incumplidas. Labriegos como Rosendo Santos Acevedo (Chendo) también, pues aunque nacido pobre y asentado como parcelero en tierras de Juancito Rodríguez, tiene sentido de empresa.

Pero en esta otra lista de agricultores en la que estoy inscribiendo a Chendo pueden escribirse pocos nombres. De hecho en la hoja en que anotamos a don Cesáreo se anotarían más nombres.

Por eso, aunque no tengo un metro cuadrado en el cual sembrar dos semillas de maíz, aspiro a que esta vez se cumpla la última de las incumplidas ofertas.

Mi razón es la misma de todo el pueblo: aspiro a que una oferta razonable de productos del campo permita que sus precios estén acordes con la ingrávida validez del peso dominicano. Si la oferta es mucho menor todos los pesos que conforman la masa monetaria no alcanzarán para adquirir una libra de mapuey. Por eso aspiro a que no me junten esta promesa de ahora con las anteriores.

Cada vez que sale un peso del presupuesto de egresos bajo los esquemas de gastos públicos que prevalecen, ochenta por ciento paga gastos operacionales.

Quizá por ello parceleros vecinos de Chendo tuvieron que arrendarle o venderle sus parcelas. Porque en vez de ser veinte por ciento el gasto administrativo y ochenta la inversión, se presenta este fenómeno burocrático.

Entre parceleros y otros agricultores, además, los hay que se beben el resultado de sus esfuerzos antes de que florezcan las matas. Aunque hay agricultores como Chendo que guardan los cheles de palmita aún después de la cosecha.

La intuición le decía a Chendo cuándo sembrar batatas o yuca. Por eso sus cultivos nunca fueron afectados por plagas.

En cambio, a un vecino le arrendó la parcela plagadas las plantas de batata de piogán para quemar ese cultivo. Y entonces, tras un apropiado reposo de la tierra, sembró yuca. Y mientras tanto, si el Camú no se llevaba sus plantíos de musáceras, seguía cultivando los plátanos que, con sus manos, y las de sus dos varones, sembraba y cuidaba.

Pero como les dije, muy pocos son alentados de tal modo por su fe en Dios. Porque eso es lo que orienta la vida de Chendo y de sus hijos.

De ahí que pida, por nueva vez, que no me junten la promesa de ahora de apoyo a la agropecuaria, con las incumplidas promesas anteriores.       

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