No es exageración ni cinismo plantear esta extraña disyuntiva si tan significativamente el dinamismo productivo de campos y ciudades ha sido puesto a descansar de manera importante en la masa laboral que llega de más allá del Masacre por una frontera-colador. El que se dependa tanto de un factor humano extraterritorial es fundamentalmente preocupante porque delata una incapacidad institucional de preservar para la propia nacionalidad y sus valores la generación de empleos en la construcción y la agropecuaria que con sus tareas de durezas, sudores y poca remuneración, tienen acelerada la vocación local de emigrar hacia los espejismos del Primer Mundo y hacia la abundancia de empleos en una economía local de servicios.
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De faenas cómodas, aunque mal pagadas, y de otras abundantes y degradadas en el sector informal que no para de crecer alimentada porque además, en un país de deficiente escolaridad preuniversitaria, la insuficiente preparación de ciudadanos para el desafío de los tiempos (y que debería ser una verdadera riqueza de esta sociedad) arroja a muchos jóvenes hacia el subempleo a veces denigrante, cuando no hacia el Canal de la Mona o el tapón del Darién. La inmigración ilegal o no, con parturientas y descendientes incluidos que van a parar a las escuelas, tiene el imán poderoso de situaciones nacionales desfavorables a la permanencia de los aquí nacidos por falta de suficiente apoyo al empleo digno, la capacitación y la protección social hasta la vejez.