Qué nos enseña la crisis catalano-española

Qué nos enseña la crisis catalano-española

El mundo está en vilo pendiente del desenlace de la crisis desatada por los apetitos independentistas de los catalanes. Desde la informal consulta realizada por los independentistas hasta la aprobación por el senado español del artículo 155 de la constitución española que faculta la intervención de una autonomía, mucho espacio de los medios se invierte en el seguimiento de los pormenores políticos del intento independentista. Muchos de los argumentos contrarios a la independencia declarada por el Parlament se han centrado en la ilegalidad del hecho, en los efectos económicos que está teniendo la crisis sobre Cataluña y sobre el improbable destino positivo de la eventual república catalana ¿Por qué un país cómo República Dominicana debería poner atención a lo que ocurre en Europa? ¿Qué podemos aprender?
Lo primero que podemos aprender es que los argumentos economicistas son menos efectivos de lo que uno puede creer. Ya Brexit fue una prueba de ello: el temor presente a la inmigración en Inglaterra inclinó la balanza a la salida del Reino Unido en el referéndum a pesar de las amenazas de la pérdida de oportunidades de empleo europeos y a contrapelo de perder privilegios arancelarios y financieros, solo garantizados dentro de la Unión Europea.
Algo similar se está dando en un gran porcentaje de independentistas catalanes que reciben la información de más de mil empresas e instituciones financieras que han decidido mover su sede a España para garantizar su permanencia dentro la Unión Europea con la consecuente pérdida de empleo y debilitamiento del tejido económico.
Lo que podemos aprender de esto es que el argumento económico por sí mismo necesita un relato humano para que tenga efecto en la emotividad de los ciudadanos.
Un segundo elemento es que los argumentos de la legalidad e institucionalidad son argumentos huecos si la autoridad en el pasado se ha mostrado flexible en su cumplimiento, y son aún más inefectivos si esos marcos legales e institucionales por las razones que fueran, han perdido conexión con el sentimiento de la gente. La legitimidad es un concepto fundamental para que la ley siga garantizando el consenso. Y en el descrédito de las elites políticas la legitimidad en el mundo moderno no es un concepto fácil de lograr. Un tercer elemento es que la posverdad (o la hiper-mentira) y el cinismo que fomentan los estrategas de comunicación y sus principales clientes políticos ha ido deteriorando un elemento de cohesión fundamental: la razón. Sin un debate con argumentos verificables, sin un proceso de balances, y sin la auto-regulación de los interlocutores todo se circunscribe a tratar de manipular sentimientos, y de más en vez, la población no sabe en quien creer y cada vez más decide creer lo imposible. A fin de cuentas ¿Cuál es la diferencia?. Es de esperarse que en este marco las pequeñas crisis escalen rápidamente a grandes conflictos.
Finalmente, lo que el nuestro, y todos los países, debemos ver en el espejo español-catalán es que dar de lado a los problemas estructurales: mala distribución del ingreso, tensiones raciales, étnicas o sociales, instituciones desligadas de la realidad y los conflictos políticos; no hacen que estos se resuelvan.
Atenderlos con prontitud, responsabilidad y detalle humano son mejor receta que esperar a que se resuelvan solos. No parece que caminos por ahí. La ingobernabilidad y lo impredecible parece ser el signo de los tiempos.

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