No podemos reformar y transformar el país solo con elementos filosóficos, y morales; además de eso, se debe levantar alguien extraño, como una especie de monstruo, sin temor y sin cola que pisar. ¡Sí, debe ser un monstruo! Un desconocido con agallas, porque para transformar y someter a la mayoría de nosotros, los dominicanos, a obedecer y a seguir las reglas que hacen próspera a las naciones, se requiere más de lo que ha existido, se necesita un monstruo que nos arrastre hacia el orden, hacia la democracia real, y no a la democracia que hemos experimentado, una democracia que se reduce a una urna violada y comprada antes del voto deslizarse por la rejilla que nos ha llevado a la inseguridad.
Necesitamos un monstruo, porque se requiere una anormalidad, debe proyectar temor, debe olfatear la corrupción como el veneno número uno que extermina la vida de los ciudadanos, debe ser visto como diferente, extraño, no usual, por eso necesitamos una especie diferente. Un monstruo que destruya la práctica de la cultura que alimenta la corrupción. Que sea temible porque persigue intencionalmente lo correcto. Lo correcto no se logra con marchas por la paz, hacer lo correcto tiene un precio incalculable, lo correcto no solo se logra en un recipiente de cartón llamado “urna electoral”; lo correcto y el imperio de la ley no se construye con tecnicismos que solo sirven para confundir a la mayoría del pueblo dominicano, se necesita más, se requiere alguien que huela diferente, que se vea diferente y que rompa con todas aquellas prácticas y maniobras dañinas. Que nos gobierne un monstruo.
No me gusta lo normal, lo cotidiano nos ha llevado al fracaso; por lo menos en el contexto político. Nos hemos acostumbrado a vivir en silencio, a coexistir con la maldad, con la pobreza y con lo mediocre. No nos gusta opinar por temor a perder la reputación, queremos separar la política de todo, cuando realmente el “mismo todo” está entrelazado por los hilos invisibles de la política. Lo normal ha sido la corrupción, la venta y compra del voto, el trueque por debajo de la mesa, la entrega de dinero la noche antes y aun en las filas de aquella urna de cartón. Elegimos los mismos candidatos que no pudieron transformar el país, volvemos al vomito de aquellos congresistas que ven la política como una empresa privada y exclusiva. Si lo normal es la ausencia de monstruo, entonces prefiero lo anormal, prefiero la antítesis de una tesis que no ha resuelto los problemas básicos y obvios, los problemas encarnados por políticos que nos denigran y nos hacen sentir impotentes. Que nos gobierne un monstruo.
Debemos resucitar como pueblo, dejemos de engañarnos y busquemos a ese monstruo. También nosotros, el pueblo, es responsable de alimentar la corrupción, la sostenemos y la secundamos. Si no nos convertimos de gusanos a mariposas, nunca volaremos y seremos destruidos por nuestra propia negligencia. Seguiremos viviendo como animales enjaulados, con cámaras de vigilancias, candados, seguridad 24 horas, sin poder caminar en nuestra propia cuadra; seguiremos creando un gran orificio en el barco que nos transporta a todos, y un dia nos hundiremos como se hundió el mayor barco de pasajeros del mundo, el Titanic. Pero rechazo el hundimiento del barco, prefiero el monstruo benévolo, prefiero el país que todos hemos soñado. Que nos gobierne un monstruo.
Para que gobierne ese monstruo debemos dejar de ser pasivos. Debemos estar dispuestos a que nos expulsen de nuestro círculo, como le pasó a Platón, que tratando de aconsejar al tirano Dionisio, fue expulsado y vendido como esclavo; o como le pasó a Lee Kuan Yew, primer Primer Ministro de Singapur, que se vio obligado a darle clase a su hija en su casa y con las ventanas revestidas de acero, por temor a ser eliminado debido a su accionar “anormal”.
Si realmente queremos cambio y ver un monstruo gobernando, los mismos feligreses que aplauden a Jesús cada domingo, esos que oran por un mejor país, deberíamos materializar esos aplausos en votos sólidos y reales. No nos engañemos: Que nos gobierne un monstruo.