¿Qué nos pasa?

¿Qué nos pasa?

Hace unos días se publicó una noticia espantosa:  Un niño “limpiavidrios” de 11 años mató de una puñalada a otro de 14.  Según el victimario, lo hizo su víctima tenía la costumbre de arrebatarle el dinero que le era entregado por los conductores a los que ofrecía sus servicios.  Esta tragedia, como muchas otras, debiera servir de llamado de alerta a la sociedad dominicana sobre el nivel de injusticia social que se vive en el país.

Lo primero que debemos cuestionar es por qué dos niños como los anteriores están limpiando vidrios en esquinas y no en escuelas, como corresponde.  Nos fascina lavarnos las manos y quejarnos de esos niños inoportunos en nuestras esquinas, como si esta fuera una elección vital que han tomado libremente.  Para un niño, el hambre y la falta de opciones no son elecciones, son consecuencia del abandono familiar y social. 

Pero más impactante y, quizás más grave, es el hecho de que estos niños llevan una vida de violencia cotidiana francamente inimaginable para muchos de nosotros.  Y no me refiero sólo a la violencia física producto de sus peleas.  Esa es consecuencia, y no causa, de las demás.  A lo que me refiero es al no saber si se comerá, el no tener un lugar seguro para dormir, el no recibir atenciones médicas, el no poder ir a la escuela, el tener que vestirse con harapos, el estar sujetos a la voluntad de adultos que sólo quieren explotarlos.  Es tan grande su desamparo y tantas las fuentes de violencia a las que están sujetos, que no tienen que pelearse entre ellos para quedar traumatizados y actuar en consecuencia.

Lo peor, sin embargo, es cuan poco hacemos como sociedad para solucionar este problema.  Estoy perfectamente consciente de que ni yo ni los lectores tenemos responsabilidad personal en la situación que viven estos niños.  Sin embargo, sí tenemos responsabilidad social, y esa nos alcanza a todos.    Por acción u omisión aceptamos reglas de juego que permiten –e incluso fomentan- el abandono de estos niños para que se enfrenten solos a una realidad brutal e inmisericorde.

Por el contrario, lo más común es que aparezca quien proponga como solución “mano dura” contra esos niños, porque “piensan y actúan como adultos”.  Parece que no les resulta obvio que ese es un resultado inevitable de la vida que llevan en contra de su voluntad, que la verdadera solución es que el Estado cumpla con su papel de evitar que las cosas lleguen a ese punto.  El Estado tiene obligaciones constitucionales, legales e internacionales.  No las cumple y encima encuentra quien le proponga reprimir a los niños más pobres del país.

Es una locura.

Tenemos que examinar qué nos pasa como sociedad, que permitimos que esto suceda y, además, cuando nos planteamos respuestas estas, por lo general, generan más violencia.  El enemigo no son los niños de la calle, es la miseria en la que viven y la desidia del resto de nosotros.  Reconocerlo es un primer paso para sanar este mal.

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