¿Qué pasa con la izquierda?

¿Qué pasa con la izquierda?

JUAN DUCOUDRAY
¿Qué pasa con la izquierda dominicana? ¿Por qué razón después de tantos años de luchas, de persecuciones y sacrificios no puede obtener -por sí sola, sin aliarse a los grandes partidos del sistema- representación en las cámaras legislativas y en los ayuntamientos? El MIUCA, la única organización de esa tendencia que participó en las elecciones del pasado 16 de mayo, obtuvo menos de diez mil votos (0.29 por ciento del total a nivel municipal y 0.32 a nivel congresional). En ocasiones anteriores, cuando varios grupos han concurrido unidos, los resultados no han sido diferentes.

Son muchos los factores que deben tenerse en cuenta al analizar esa realidad. Primero, que la izquierda carece para su campaña de los recursos económicos de que disponen las otras fuerzas políticas; segundo, que los derechos de las minorías (libertad de exoresión, de manifestación, de tránsito, etc) muchas veces son vulnerados a pesar de estar claramente establecidos en la Constitución; tercero, que los sectores de mentalidad conservadora y atrasada ven a los miembros y simpatizantes de la izquierda como elementos “disociadores” y “malvados” a los que hay que cerrarles el paso; cuarto, que el imperio trata de sofocarla y reprimirla por todos los medios a su alcance.

Esas son verdades evidentes y me parece que ese cuadro no es exclusivo de nuestro país, sino que se presenta también en muchos otros países latinoamericanos.

Pero lo que me luce más importante, lo que más la limita y la empequeñece, lo que lleva a la izquierda a jugar un papel tan desairado en las elecciones, no son sólo los factores externos citados más arriba: son también cuestiones de orden interno que tienen que ver con la concepción que tiene ese sector político de sí mismo y con la forma en que transmite su mensaje a la población. De entrada debo decir que la izquierda se cuece en su propia salsa; da la impresión que habla únicamente para sus adentros. Defiende buenas causas, pero no logra trasladarlas al amplio campo no militante de la izquierda donde está lo que podría ser su gran caudal de votos. Y al parecer se conforma con la algarabía y la fervorosa militancia de sus abnegados activistas, sin intentar cruzar los linderos que ella misma se ha fijado. ¡Cuidado, que eso podría ser pecaminoso!, parecería pensar. La izquierda está anclada en los gloriosos días de abril de 1965, cuando tuvo destacada participación en la lucha contra los golpistas septembrinos y las tropas extranjeras que vinieron a rescatarlos. Esas fueron memorables jornadas patrióticas. Pero de entonces para acá ha pasado mucho agua bajo el puente y la situación es muy diferente.

Se necesitan otros métodos, otra estrategia, otro lenguaje: los principios no varían, pero deben ser otras las formas de luchar por ellos.

La izquierda es un escenario muy vasto, que va mucho más allá del estrecho círculo de los militantes de las organizaciones que levantan esa bandera. La forman todos los partidarios del cambio social, todos los que anhelan el progreso y el bienestar, todos los que defienden la soberanía nacional, aunque no estén conscientes de que esas posiciones los colocan objetivamente en el campo de la izquierda. En fin, muchos cientos de miles, mujeres y hombres, jóvenes y viejos: ese es el terreno fértil donde puede sembrarse la semilla de la izquierda.

Claro que esos sectores son trabajados continuamente por otras fuerzas políticas que disponen de mucho dinero y poderosos aparatos de propaganda. Por eso precisamente la izquierda debe afinar bien la puntería, levantar con vigor las demandas de los trabajadores del campo y la ciudad, de las numerosas capas medias de la población, de los productores nacionales amenazados por la competencia desigual del comercio con Estados Unidos; desechar el camino fácil de los clichés y los latigazos verbales y buscar la manera de romper la barrera que le han puesto -y que se ha puesto ella misma- para separarla de los que constituyen su base natural de apoyo. La izquierda de nuestro país haría bien en estudiar a fondo la rica experiencia de la formación y desarrollo del Frente Amplio de Uruguay. Allí comunistas, socialistas, tupamaros, demócratas cristianos de ideas avanzadas, artistas e intelectuales independientes e incluso núcleos desprendidos de los partidos tradicionales Nacional y Colorado, después de largos y perseverantes esfuerzos, lograron integrar un movimiento que llevó a la izquierda al gobierno a través de elecciones democráticas.

Son muchas las cosas que se aprenderían si se analiza con ánimo sereno y objetivo el proceso uruguayo. Entre ellas: que hay que dejar de lado el sectarismo para poder alcanzar la unidad de las fuerzas progresistas; que para comunicarse con las masas hace falta un lenguaje claro, directo y atractivo, y dejar de lado los dialectos de capilla y las viejas consignias que no corresponden a la actual situación; que hay que aplicar una correcta política de aliados, en la que todas las opiniones sean tomadas en cuenta; que los grandes partidos del sistema no pueden verse como un bloque reaccionario homogéneo pues hay en los mismos matices y singularidades que no deben desconocerse, y en uno u otro pueden surgir personalidades aisladas y mínimas corrientes democráticas que es preciso estimular y atraer.

Fíjese bien que hablo de estudiar, de analizar, no de copiar de manera mecánica. Lo mismo debe hacerse con el estimulante panorama que se observa hoy en América Latina.

Todas esas experiencias hay que tomarlas en cuenta. Aprender de ellas lo que sea valedero para nosotros. Y llegar por nuestra soberana decisión, dentro de nuestras particularidades, a una situación que nos ayude a quebrar el estancamiento de la izquierda. Hay que salir al claro. Dejar de lado las actitudes personalistas y sectarias. Que se abra el gran abanico fraterno del esfuerzo común y la solidaridad; y que la izquierda, por sus propios pies, vaya a las cámaras legislativas y a los ayuntamientos y haga sentir su voz orientadora en todas las esferas de la vida nacional. Si no es posible “tomar el cielo por asalto”, hay que llegar a él por otras vías.

Tal vez estas reflexiones desagraden a algunos. Lo lamentaría pues no ha sido ese su propósito, ni tampoco iniciar una polémica con uno u otro dirigente de las organizaciones de izquierda. A todos los respeto, por encima de las diferencias que hayan existido o puedan existir. Yo me sentiría satisfecho si aquellos que lean este artículo lo hacen del mismo modo como fue escrito: sin prejuicios y mezquindades.

Si la izquierda no se espabila, si no se zafa de las amarras del dogmatismo y la cerrazón, si no rompe con la perniciosa práctica de encerrarse en su concha, le estaría dejando el camino franco a otras fuerzas negativas que podrían influir en algunos núcleos populares. Ya anda por ahí un supuesto “salvador”, un lobo con piel de oveja que promete garantizar la seguridad ciudadana y acabar con la pobreza. No busco liderazgos ni posiciones de ningún tipo y, por razones de salud y de edad, estoy al margen de la militancia política. Si mis preocupaciones caen en saco roto, no voy por eso a desanimarme. La vida sigue adelante y la izquierda encontrará finalmente una salida a su profunda crisis.

Mientras tanto, aliento la esperanza de que los que vengan detrás puedan vivir en una sociedad plenamente solidaria, democrática y libre de coyundas extranjeras.

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