¿Qué pasa con nuestra sociedad?

¿Qué pasa con nuestra sociedad?

CELEDONIO JIMÉNEZ
A más de mil dominicanos y dominicanas tuvo que sacudírseles hasta el alma al observar semanas pasadas el acto de linchamiento a una persona, luego de haber participado en un asalto en el barrio 30 de Mayo, y el dramático episodio en el que un niño lucha por sobrevivir contra las fuerzas de la crecida de un río en el interior del país, sucumbiendo finalmente, sin que, según fue resaltado en un medio de prensa internacional, muchos de los que allí estaban hicieran algún intento para socorrerle.

Ambos sucesos fueron recogidos por cámaras de filmación para que perduraran en el tiempo gráficamente. 

El primer caso parece expresión de una irritación hasta el paroxismo por la reiteración de actos que ni las autoridades policiales ni judiciales se muestran capaces de enfrentar eficazmente, y el segundo, manifestación de una divisa que violenta los proverbiales sentimientos nacionales de solidaridad y compasión,  que se sintetiza en un «sálvese el que pueda».

Creemos que estos hechos no son acontecimientos aislados o desconectados de un contexto marcado por una tendencia hacia el desorden social, por una gran fragilidad institucional, por una acentuada tendencia hacia la venalidad judicial, por una fuerte inseguridad ciudadana, por una potente relajación de la moral común, de las leyes y por una fuerte incidencia de conductas alejadas de la ética.

El contexto aludido parece tener rasgos comunes con el cuadro que el sociólogo francés Emile Durkheim describió bajo el término «anomia». Para este autor anomia es la situación en que no existen normas sociales que aseguren el orden, en que hay una dislocación de la ética y por tanto se camina hacia la desintegración social.

Hacia el camino de la desintegración social se marcha cuando, como en nuestro caso, se tienen tantos déficit éticos. La tremenda pobreza sufrida por un grueso significativo de nuestra población, puesta al desnudo alrededor de los efectos de la tormenta Noel, en un contexto en que una reducida minoría poblacional disfruta de lujos inimaginables, denuncia  un gravísimo problema ético en nuestra sociedad.

Para corroborar la existencia del grave mal a que aludimos, nos permitimos exponer recientes datos arrojados por el Banco Central de la República Dominicana que ponen en claro la fuerte desigualdad  que padecemos. Por ejemplo, que para el año 2004 el 20% de la población del país percibió el 55.4% de la renta nacional, en tanto que el 20% más pobre apenas recibió el 4% de la misma.

Estos datos hablan de una sociedad profundamente inequitativa y hablan también de una clase gobernante, o una «clase directiva», como la denominó Pedro Francisco Bonó, egoísta e  incapaz.

¿Acaso no es eso lo que nos revela el dato ofrecido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, a través del Informe Nacional de Desarrollo Humano, 2005, en el sentido de que la República Dominicana estuvo entre los primeros trece países del mundo que menos aprovechó su crecimiento económico para impulsar el desarrollo?

Un grupo de nuestra sociedad con cada vez mayor incidencia, lejos de actuar con racionalidad, con sentido de  prioridades y de valorización del trabajo, privilegia su propio y exclusivo bienestar, su acelerada movilidad social vertical, su deseo de ostentación y  poder a cualquier precio. Por eso ha crecido tanto la cultura del fraude y el narcotráfico en nuestro país.

Dentro del conflicto de valores que vivimos, se va imponiendo  la idea de que nada es, quien nada tiene. El efecto demostración, el ejemplo, sobre todo de los de «arriba»  también se va imponiendo, empujándonos hacia una suerte de anomia  que es global y que abarca a todos los grupos y clases sociales.

Seríamos unilaterales, sin embargo, si no apuntamos que en la sociedad dominicana existen instituciones y numerosas personas de los más variados estratos sociales y con diferentes roles o funciones, ejemplos de altruismo, honestidad, laboriosidad, entereza y responsabilidad.

Es cierto que se observa un panorama digno de preocupación en nuestra sociedad, pero también es verdad que en ella  existen incontestables valores de solidaridad, generosidad y humanismos  como los que se han puesto de manifiesto en las acciones de apoyo a los damnificados de la tormenta Noel.

En la promoción de todos esos valores hay que trabajar de manera permanente, entendiendo que en ese trabajo tienen que integrarse y coordinarse estrechamente Estado, familia y sociedad.

Actos  de solidaridad como el arriba señalado, así como muchos otros que se dan cotidianamente en el anonimato, nos hablan de otra cultura, de otra ideología, de otros valores que luchan y que hay que respaldar. Ellos son motivos de esperanza y de recordar que hay una luz al final del túnel.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas