¿Qué pasó en el PLD?

¿Qué pasó en el PLD?

Guido Gómez Mazara

Estructurados alrededor de la imagen ética, el PLD tuvo en Juan Bosch un referente de decencia en capacidad de marcar la diferencia con el resto de los partidos. Ahora bien, sus credenciales personales y afán de adecentamiento cubrieron la organización, pero el año 1996 significó el clásico dilema del éxito coyuntural y marcado interés de orquestar una mayoría electoral. Y la indecisión inicial terminó vencida por una lógica pragmática decidida a conseguir resultados. Sin dudas, lo consiguieron y no calcularon las consecuencias.

Ya en el ejercicio del Gobierno, Bosch era el entusiasmo idílico de lo que un día soñaron y la metamorfosis que el Gobierno provoca. Lo grave consistió en que la favorabilidad electoral disminuyó el compromiso fundacional, dejando en el reiterado argumento de que el país había cambiado, y consecuentemente, las prédicas del maestro no encajaban en la nueva realidad social.

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Los círculos de estudios como base formativa no resultaban útiles, irónicamente su militancia dura llegaba del reformismo y la logística y sed por los empleos transformó toda la retórica, dándole paso al PEME y las nominillas un barniz de sustentación elemental para los triunfos. Por eso, se articularon liderazgos y aspiraciones empinados en el volumen patrimonial de ministros y directores que, fatalmente, confundían presupuestos con potencial presidencial. Terminaron igualándose lo que decían combatir.

Ahora, un cerco ético y montaña de pruebas los reduce al torpe alegato de persecución política. Sin pensar los niveles y/o acceso a información de una ciudadanía bien documentada, y antes de que un ministerio público responsable los sepulte, existían claros indicios en el tribunal popular de sus vagabunderías administrativas. De arrabal la respuesta: lanzar un tropel de bandidos a las inmediaciones del palacio de justicia, creyéndose que la presión indecente garantiza sentencias favorables. ¡Están locos!

Lo racional es la mirada autocrítica y reformulación de comportamientos dañinos, siempre observados y posteriormente castigados por los electores. Por eso, más allá de los imputados y sus jerarquías partidarias está la lección por aprender, tanto en los peledeístas como miembros del partido gobernante. De ahí, la necesidad de reconocer las consecuencias de un clientelismo salvaje que, promovía la genuflexión, nunca el talento y elevó a categoría exitosa al rufián de turno, desdeñando la vocación de servicio, preparación y consistencia, de herramientas básicas para la movilidad y distinción partidaria.

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