Que patatín, que patatán

Que patatín, que patatán

CARMEN IMBERT BRUGAL
Cronos traiciona, ayer fue tarde. Inconcebible el circo, la tendencia al escándalo. Sería más fácil remitir a los archivos.  Hurgar hemerotecas y compilaciones de seminarios, talleres, monografías.  Revisar estadísticas judiciales y policiales y actuar.  Estamos jugando con la violencia. Vociferando sandeces.  Los estremecimientos colectivos son esporádicos. Un nuevo horror supera el anterior.  La población asiste a la plaza, cacarea su indignación y vuelve la desidia.

El asesinato de una joven ha provocado otra vez, como cada vez, la indignación.  En Santiago hubo una manifestación pública de rechazo al crimen, sin precedentes. Quizás sirva para algo, aunque la experiencia indica lo contrario y por eso se impone repetir ideas.

Hacer un pastiche de lo escrito.

 Un patético ritornelo. 1.En el año 1999 -12 y 13 de agosto- la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) organizó el Foro Nacional contra la Violencia.

La actividad fue auspiciada por laProcuraduría General de la República, la Casa Nacional del Diálogo y la Agencia Internacional para el Desarrollo. El Foro suponía una respuesta al aumento de la violencia en la República Dominicana.

Tres meses antes el Presidente de laRepública había prometido “mano dura” frente al crimen.

Líderes de opinión secundaban la decisión.

El Foro determinó que: “…la violencia es el resultado de una combinación de factores: falta de oportunidades asociadas a la pobreza, desempleo, consumismo, expectativas difíciles de alcanzar por medios legítimos, transculturación, el desarrollo de modelos de conducta agresiva como forma de solucionar problemas, la insensibilización hacia la violencia que producen los medios de comunicación, la impunidad, el tratamiento diferencial de la justicia según las clases sociales y la ineficiencia del sistema penitenciario para garantizar la reinserción constructiva de los infractores en la sociedad. Otros factores considerados son la crisis de valores, la inestabilidad de la familia, la debilidad de las instituciones sociales y el consumo de drogas.”

 (Foro Nacional sobre la Violencia: Hacia el diseño de un sistema de protección ciudadana,UASD, página 106). ¿Estrenaba la República Dominicana la violencia o comenzaba el susto? La historia criminal del país no empezaba entonces, tampoco ahora. Hemos crecido y envejecido en un entorno negador de las causas y efectos de la infracción.

Algunos advierten, sin éxito, el envilecimiento de esta sociedad, los riesgos de la ilegalidad.

Cada grupo social tiene su equipo de gatillos alegres dispuestos a defender al patrón de turno.

Se enriquece gracias al crimen y disfruta del reconocimiento público y privado.

El descaro nos ha permitido sobrevivir aceptando una grosera impunidad y sólo se habla de delincuencia cuando los protagonistas son ajenos al coto cerrado de las transacciones onerosas y efectivas. 2. Después del tiranicidio la sociedad no saldó las cuentas con el abuso. Quedaron como estereotipo los Ludovino, Clodoveo y Abbes.

Los muertos del 1963, del 1965, los cadáveres y desaparecidos de los doce años, quitaron tiempo y tino para analizar la delincuencia común.

 Los esquemas violentos se reproducían.  El tirano había desaparecido pero el autoritarismo marcaba la vida nacional.

Las desigualdades sociales ratificaban que la desaparición del sátrapa no era suficiente para vivir mejor y garantizar la vigencia de la ley.

Cualquier persona ligada al quehacer jurídico penal sabía que era un mito la sociedad bucólica.

Había decapitados, infanticidios, estupros, sustracciones fraudulentas, más allá de la razón de Estado y de la lucha patriótica. Jueces y fiscales enfrentaban el horror pero otras urgencias impedían evaluarlo. La astucia de Joaquín Balaguer sirvió para la confusión. Le convenía.

Justificaba la represión subrayando la diferencia entre “políticos presos y presos políticos”.

La calificación de asociación de malhechores sustituía la de sediciosos. A pesar de la creación de una Comisión de Supervisión de Reforma Carcelaria, (16.XI.1971) las autoridades sólo reparaban en las cárceles en tanto y en cuanto retenían a decenas de jóvenes rebeldes que cumplían condenas por disentir. La delincuencia se identificaba con barba crecida y palabra incendiaria.

Lo demás no importaba, era parte del modelo de desarrollo. El gobierno se ufanaba de la creación de 300 millonarios y asumía que la corrupción no atravesaba la puerta del despacho presidencial.

 Poco importaban los ladrones y depredadores del erario, los asesinos agrupados en bandas que multiplicaron orfandades y viudez.

El Presidente escindía a los políticos presos de los presos políticos sin reparar en sus acólitos, cercados por el peculado y la sangre.

3. La infracción común no preocupó a los gobiernos sucesivos, continuaba la confusión con otros matices.

Sólo en el discurso se comprometían con la erradicación de la pobreza, la independencia del Poder Judicial, la autonomía del Ministerio Público, la renovación de la Policía Nacional.

4. En el 1984 se promulga la ley 224 que transforma, en el texto, el sistema penitenciario dominicano. Continuó la impunidad.

La marginalidad llenaba cárceles y ocupaba al poder judicial y al ministerio público.

El narcotráfico ya era una variable criminosa pero la imputación tenía la impronta de la conveniencia. Consumidores y traficantes de baja estofa eran los sujetos del proceso penal.

Se utilizaba, como ahora, el sambenito de la droga para descalificar y amedrentar. Ningún prevenido cercano al poder empresarial, militar, eclesiástico, político, recibía sanción por sus infracciones.

5. La preocupación de los dirigentes jamás ha estado centrada en la prevención ni en la sanción. De manera esporádica recurren al argumento de la “descomposición social”, con un sesgo clasista, mientras su permanencia en el poder depende de la complicidad con la delincuencia de las élites.

La cultura de la impunidad ha permeado estratos sociales diversos. La juventud dominicana crece convencida de que “ná e ná”.

Lo aprende en el barrio, el colegio, en la familia, en la iglesia.

Es el mensaje de la superestructura que recicla a los bandoleros hasta que la condescendencia acalla la culpa y el reproche.

Esto no es el paraíso. La Coordinadora del Departamento de Niñas, Niños y Adolescentes ha denunciado que cada día, 15 menores son violados y agredidos sexualmente, las cifras no incluyen a infantes de clases medias o altas.

Este es el país de aquel hombre que descuartizaba sus víctimas y repartía las piezas en cajitas nítidas, antes de que se inventaran los ritos satánicos como móvil de la infracción.

País donde se usa el ácido del diablo para cobrar deudas de cama. País de aquellos adolescentes privilegiados que decidieron hacer en el cuerpo de un niño 34 agujeros porque intentaron secuestrarlo y no resultó.

País de matricidas y pederastas con páginas sociales. De soplones prestigiosos y simpáticos interceptores de teléfonos. País donde los centros de reeducación y protección de menores son centros de zoofilia, sodomía y prostitución y los autores del horror son santificados.

País de reclusos calcinados porque no aparece la llave para abrir un candado.¿Cómo puede estar exenta del crimen una sociedad que ve crecer a niñas y niños en las esquinas ofreciendo sus endebles cuerpos al mejor postor? ¿Cómo puede estar exenta de violencia una sociedad donde los conductores evitan que los “huele cemento” alteren el paseo y ve en los atrios de los templos una minoridad harapienta, sin presente, que se conforma con las monedas después del intercambio social de la misa de domingo? ¿Cómo escapa del delito un colectivo marcado por la infracción oficial y el perdón establecido en fiscalías, destacamentos policiales, despachos palaciegos y villas de la opulencia? ¿Cómo? si el proceso penal no afecta sitiales mal ganados en las cúpulas de poder formal e informal.

Cuando la violencia amenaza patrimonio y vida de aquellos que se creían a salvo, los gritos se multiplican.

Quieren sangre para lavar la sangre, venganza sin sentencia ni averiguación. Atribuyen el desorden a la canalla empobrecida. Circunscriben el crimen a la miseria, desconociendo las fechorías cometidas por minorías inmunes al juzgamiento. Continuar con tanto patatín y patatán es elusivo. Después de tantas elucubraciones basta la acción inmediata.

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