¡Qué pena que pintemos de negro un lunes!

¡Qué pena que pintemos de negro un lunes!

Resulta paradójico y poco entendible que hayan sido   grupos evangélicos quienes estén llamando   a un  “lunes negro” para expresar su desacuerdo  por  la designación del señor James  «Wally» Brewster como  embajador de Estados Unidos en la República Dominicana, con cuya orientación sexual no  están de acuerdo.

Se trata de un asunto de derecho entre  dos Estados suscritos a la Declaración  de las Naciones  Unidas sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o convicciones,  que los compromete  a promover y estimular el respeto universal y efectivo de los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin distinción de raza, sexo, idioma ni religión.

No es discutible el derecho que tienen estas iglesias  de expresar su pedimento, pero tampoco dudamos de que, en pleno derecho, también será rechazado. La tendencia a imponer prácticas  desde la religión sobre el Estado, o de influir desde el Estado sobre la religión,  solo ha dejado dolorosas experiencias.

Lo  “paradójico y poco entendible” es que  esta grotesca y desafortunada convocatoria  a protestar con un   “lunes negro”, teñido por la intolerancia y el rechazo, provenga de grupos que están llamados a proclamar la luz del evangelio en el marco del respeto y la coexistencia pacífica.

Esta  reacción, por definición desalentadora y   pesarosa, resulta confrontativa, excluyente, tenebrosa y ajena a los valores de transformación y cambios que se promueven y se testimonian desde la práctica de la fe cristiana. Es una actitud  cerrada que no deja espacio para el abrazo solidario, el amor, la reconciliación y el perdón que son marcas indispensables del evangelio auténtico de nuestro Señor Jesucristo.

“El lunes negro” surgió del funesto  descalabro financiero, cuando en  octubre del 1987, los mercados de valores de todo el mundo se desplomaron en un acontecimiento indeseado y frustratorio,  que viene a resaltar, por asociación,  lo erosionada que está la identidad evangélica y lo vulnerable que es al secularismo y a la moda.

No podemos olvidar que somos uno de los  países más  desiguales del  planeta en términos económicos y sociales, donde la violencia y la  inseguridad campean por sus fueros. Somos líderes en  la   exportación de mujeres lanzadas a la prostitución mundial  por falta de oportunidades y el  22% de nuestras  adolescentes está o  ha  estado embarazada.

 Si queremos motivos para expresar indignación  y  reaccionar tenemos suficientes  (me incluyo porque soy evangélico), pero debemos hacerlo no con gestos estigmatizantes y discriminatorios, sino  como lo hizo el Maestro, que en las situaciones más controversiales y capciosas sacó luz  para deslumbrar a sus detractores y demostrar su poder y amor  para transformar a las personas, para hacer de lo imposible posible.

A quienes andan buscando amor, a quienes  andan buscando  un punto de apoyo que le dé seguridad y paz para sus vidas, no podemos responderles con protestas fanatizadas y tenebrosas. Tenemos que presentarles la luz del Evangelio, que es la luz que tiene que resplandecer todos los días en la vida de los cristianos. ¡Qué pena que quienes proclaman la  luz pinten de negro un lunes!

Hemos de esperar que una institución evangélica representativa saque a la luz, con discernimiento y autoridad profética, el Consejo de Dios revelado en su Palabra para en una guía pastoral  iluminar con el Evangelio de Jesucristo los vericuetos más controvertidos de este inevitable debate que tenemos hoy sobre  el tapete.

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