Para los fieles católicos, el 1 y 2 de noviembre, Día de Todos los Santos y conmemoración de todos los Difuntos (o Todos los Muertos, como se la conoce comúnmente),son días de gran importancia. Por supuesto que ese grado de vivencia varía según la región del mundo. Su origen hay que rastrearlo en la historia de la propia Iglesia.
Entre los primeros cristianos se acostumbraba a celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar del martirio. Pero como muchos eran martirizados al mismo tiempo, se debía aplicar un mismo día para la memoria de todos ellos. Las persecuciones contra los cristianos eran muchas y cada emperador romano acrecentaba el número de mártires y aumentaba la crueldad de los castigos.
Por tanto, llegó el momento que el mismo día poseía varias memorias para recordar. La Iglesia consideró que cada mártir debía ser venerado y comenzó a pensar en un día en común para todos.
La Iglesia de Oriente celebraba una fiesta en honor de todos los Santos desde el año 359, según narran las crónicas de san Efrén en Carmina Nisibona, y san Atanasio en sus Epistulae Syriacae.
La fecha estaba fijada el 13 de mayo para las iglesias de Siria y el primer domingo después de Pentecostés para las de Antioquía, según san Juan Crisóstomo. Esta fecha, domingo de la octava de la Pascua de Pentecostés, continuó usándose entre las iglesias de rito bizantino como solemnidad de todos los santos.
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Los santos eran proclamados a viva voz por la asamblea y al comienzo de la Iglesia la santidad era otorgada solo por el martirio.
No obstante, debía investigarse mediante un examen riguroso todas las circunstancias que habían acompañado su sacrificio, el carácter de su fe y los motivos que las habían animado, de forma que pudiera evitarse el reconocimiento a quienes no merecieran tal título.