Qué se dicce

Qué se dicce

 Qué vergüenza.  Hace tiempo que lo sospechábamos y fingíamos no darnos por enterados, pero cuando se le da tanta difusión mediática a un  estudio auspiciado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas  que establece que República Dominicana es uno de los países que más aporta al mercado de la prostitución sexual mundial, detectándose la presencia de prostitutas dominicanas en al menos 66 países, no es posible seguir ignorando esa  realidad, aunque solo sea durante el tiempo que duren los efectos del sobresalto que nos provocó ver el problema en perspectiva, que es cuando puede  apreciarse en su verdadera dimensión. 

Por supuesto, no se trata de una buena noticia y mucho menos de una proeza comercial de la cual vanagloriarse, como hacemos con las hazañas de nuestros peloteros y las fortunas en dólares que ganan, sino más bien una razón para sentir vergüenza de  vivir en un país donde la pobreza, la violencia de género y, sobre todo, la imposibilidad de alcanzar una vida digna empujan a tantas mujeres a buscar más allá de  nuestras  fronteras mejores condiciones  de existencia para sí y los suyos, así sea vendiendo su cuerpo al mejor postor.       

Se salvó en tablita. A estas alturas ya no tiene sentido preguntarse hasta dónde vamos a llegar, pues en materia de violencia de género ya cruzamos todos los límites imaginables. Aún así,  es posible el asombro, pues resulta difícil entender de manera racional de dónde sale tanta saña, tanto odio, tanto desprecio por la vida como el que demostró Julio Liriano Valerio, quien  amarró a un tanque de gas propano a su expareja sentimental y a sus hijas de tres y cinco años con el propósito de quemarlas vivas en la humilde casita donde viven en el sector Pekín de Santiago. Gracias a Dios, pero sobre todo gracias  a la oportuna intervención  de un mayor de la Policía, no estamos lamentando otra terrible tragedia con rostro y nombre de mujer.

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