De fuera vendrán.- Es verdad. A nadie le gusta que de fuera vengan a decirle cómo resolver los problemas de su casa, dónde poner esto o quitar aquello, a criticar lo que está hecho o falta por hacer y mucho menos si el entrometido que ha tenido la cachaza de venir a decírselo en su cara, delante de todo el mundo, tiene tantos problemas como usted, tal vez hasta más grandes o peores, en su propia casa, que debería atender primero. Eso explica y hasta justifica la airada reacción del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez a la publicación del informe sobre derechos humanos del departamento de Estado norteamericano, que en esta ocasión volvió a ponernos pésimas calificaciones en materias tan importantes como la lucha contra la corrupción, el respeto a los derechos humanos, el trato que se da a los inmigrantes (léase a los haitianos) o la observancia de derechos laborales que se entienden fundamentales, pero la justa indignación cardenalicia en modo alguno puede ser obstáculo o excusa para reconocer que lo que se nos enrostra en ese informe se corresponde con la realidad, una realidad muy dolorosa a la que no debe dársele la espalda o fingir que no existe, pues esa ha sido la actitud que ha hecho posible que la mayoría de nuestros grandes y eternos males los estemos arrastrando, sin visos de solución alguna, desde el nacimiento mismo de la república. Por eso tal vez no sea ni tan malo ni tan ofensivo que de vez en cuando venga alguien, con calidad moral o sin ella, a recordarnos, señalarnos o reprocharnos nuestras carencias, insuficiencias y debilidades, ya que solo si estamos conscientes de su existencia, del enorme y pesado lastre que representan en el escabroso camino que ha de conducirnos al desarrollo, podremos enfrentarlas y superarlas.