Najayos resort.- Nuestras cárceles, como era de esperarse, son un reflejo de las inequidades que caracterizan a la sociedad dominicana, donde pocos tienen demasiado, lo que les permite disfrutar de todas las comodidades y lujos que el dinero puede comprar, y muchos no poseen casi nada, por lo que tienen que arreglárselas como Dios –o la virgen de la Altagracia– les ayude, porque del Estado apenas reciben migajas que solo perpetúan su pobreza. Y para ilustrar lo que acabo de afirmar, nada mejor que un ejemplo de ese abismal contraste, documentado en un acta –publicada por El Caribe– levantada por el juez del Tribunal para la Ejecución de la Pena de San Cristóbal, Bayón Rodríguez Portalatín, luego de realizar un descenso el 28 de diciembre pasado a la cárcel de Najayo. Mientras en la vieja cárcel de Higüey, donde acaban de morir dos reclusos a causa de un brote de cólera provocado por el hacinamiento y la insalubridad (decenas de reclusos tienen que utilizar un hoyo lleno de gusanos que llaman impropiamente sanitario), en Najayo el banquero Pedro Castillo se queja de las 272 goteras (él mismo las contó una por una) que tiene su celda (un cuarto compuesto de sala, comedor y baño), donde también tiene una nevera, un microondas, dos aires acondicionados (uno en la sala y otro en la habitación), un radio, un inversor, un bebedero, una computadora laptop, módem para Internet, un aparato de teléfono, un reproductor de DVD, un ionizador de aire, un sillón, tres mesas, una meseta con fregadero, despensa para almacenar alimentos, cuatro sillas plásticas, una silla de hierro, dos mesitas de noche, un gavetero, y una lámpara. Casi como un acogedor resort, sino fuera (atención Domínguez Brito) por esas malditas goteras.