Qué se dice

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Armas al pecho.- Ocurre a cada rato. Tanto, que ya son parte de la rutina de nuestros organismos policiales y antinarcóticos los  allanamientos y apresamientos de delincuentes comunes  y narcotraficantes en los que se reporta el hallazgo  y decomiso de armas de  fuego de grueso calibre y todo tipo de pertrechos militares, el más reciente un hombre al que ayer le ocuparon dos fusiles M-16 y  una metralleta Uzi en un operativo realizado en Villa Duarte.

¿O no  recuerdan que hace tan solo unos días salieron publicadas en los periódicos las fotos de un grupo de jóvenes  fuertemente armados, pertenecientes a una banda de microtraficantes  que dirige en Herrera un tal Gilbert, y la de una abuela consentidora que se dejó retratar con dos enormes pistolas, una en cada mano, tan solo para complacer a su nieto narcotraficante?

Todas esas armas  en las calles son en gran parte responsables de la violencia, a todos los niveles, que nos mantiene en un estado de permanente sobresalto, una verdad tan grande y tan evidente que nadie se atrevería a discutir. Pero cuando se habla de sacar todas esas armas de las calles, de atacar de manera directa –vía el desarme general de la población– uno de los factores desencadenantes de la violencia  que tanto dolor  ha provocado, surgen de inmediato los peros y las defensas enmascaradas de un negocio en el que el Estado, a través de los impuestos que cobra por su comercialización  o por autorizar su porte  y tenencia, es beneficiario directo.

Así las cosas, no hay por qué hacerse ilusiones: ninguna política de seguridad ciudadana será efectiva, aunque se envíen a las calles a todos los guardias y policías que tenemos, mientras haya tantas armas, y de todos los calibres, en las manos equivocadas.

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