De temblores y temores.- Los temblores de tierra de los últimos días han despertado viejos temores entre la población, y aunque han tenido la virtud, como suele ocurrir con esas advertencias de la Madre Maturaleza, de acercar a mucha gente a Dios, han puesto en evidencia también lo poco preparados que estamos para hacer frente a un sismo de cierta magnitud. Tan preocupante es la situación que hace unos días, en una actividad celebrada en Santiago bajo los auspicios del Ministerio de Medio Ambiente y la Organización de Estados Americanos (OEA), dos reconocidos geólogos coincidieron en señalar que la ocurrencia de un gran terremoto causaría una inmensa tragedia por la falta de planes preventivos y educativos.
Y si a eso agregamos el hecho, tal y como reconocieron esos especialistas al igual que otros que han opinado sobre el tema, de que una gran cantidad de edificios –la mayoría de ellos públicos– fueron construidos ignorando la realidad sísmica de la isla, el panorama es sencillamente aterrador. Pero no todo está perdido. El gobierno anunció ayer que está evaluando mil escuelas afectadas por los sismos recientes para determinar si sus estructuras necesitan ser reforzadas, y el pasado sábado el Centro de Operaciones de Emergencia, conjuntamente con los grupos SIN y Corripio dieron inicio formal a una campaña radial y televisiva para orientar a la ciudadanía.
No es todo lo que es preciso hacer en las actuales circunstancias, pero lo importante es que seamos consistentes en ese esfuerzo y no lo abandonemos a medio camino por cansancio, desidia o porque los temblores dejaron de asustarnos. Nadie esperaría tanto como que, al igual que los japoneses, convirtamos el miedo a los terremotos en parte de nuestra vida cotidiana, pero de ninguna manera tan poco que la población permanezca en babia sobre lo que tiene que hacer en caso de tocarle la experiencia o que no movamos un solo dedo para reforzar las edificaciones que ya fueron identificadas como vulnerables.