Recompensa.- Como era de esperarse, las autoridades manejan con gran hermetismo las informaciones que reciben sobre los prófugos José Figueroa Agosto y Sobeida Félix Morel desde que la recompensa por su captura fue aumentada a diez millones de pesos, informaciones que están siendo sometidas a un riguroso proceso de depuración y verificación para establecer su veracidad. Es mucho lo que se ha insistido en que se mantendrá en el anonimato la identidad de la persona que, eventualmente, facilite las pistas que conduzcan a las autoridades hasta el escondite de los prófugos a fin de evitar represalias del propio capo o de sus socios, que por cierto han demostrado que tienen los juegos bastante pesados.
¿Puede confiarse en que se mantendrá ese secreto, estando en juego la vida de esa persona y su familia? La única forma razonable de responder a esa inquietante pregunta es utilizando como referencia los hechos acaecidos alrededor de Figueroa Agosto, cuya espectacular fuga las autoridades todavía no han sido capaces de explicar de manera convincente, y lo que dicen esos hechos es que el capo logró infiltrar hasta los tuétanos nuestros organismos de seguridad para tener acceso, precisamente, a información privilegiada que pudiera ser de su interés o utilidad.
¿Quién garantiza que esos infiltrados, que obviamente deben seguir ahí, no revelarán el nombre de quien dio el chivatazo? Sería una ingenuidad creer que un ciudadano común es menos vulnerable a los ataques alevosos de los sicarios al servicio del narco que un ex coronel de la Policia Nacional o que un narcotraficante caído en desgracia, y ahí están las muertes de José Amado González González y Omar Ramón Antigua Polanco para confirmarlo. No es mi propósito desencantar a quienes aspiran a ganarse esos diez millones de pesos, tampoco arruinar el esfuerzo de la empantanada comisión investigadora, pero de poco vale una recompensa tan jugosa si al fin y al cabo solo serviría de mortaja al recompensado.