Qué se dice

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Extremos.-   La DNCD dio cuenta ayer del apresamiento de dos ancianos, de 70 y 65 años, a los que sorprendió in fraganti vendiendo narcóticos (crack y marihuana) en Villa Consuelo y Capotillo, donde tenían instalados sus “puntos”. Apena 24 horas antes el organismo antinarcóticos había informado de la detención de dos niñas, de 11 y 9 años, a las que su madre utilizaba para distribuir drogas en el ensanche Quisqueya. Son dos extremos de un mismo problema, la penetración de las drogas y el narcotráfico en lo más profundo del tejido social dominicano, pero también su lado más sórdido y miserable. Nada que ver, desde luego, con el glamour y  la beutiful people con la que se codeó el narcotraficante prófugo José Figueroa Agosto durante sus años de operaciones en el país, cuando  llegó  a convertirse en el principal abastecedor de cocaína de Puerto Rico.

Pero sea allá en los barrios, en sus callejones y vericuetos, o en los fastuosos escenarios donde se dan vitrina nuestras élites económicas, la semilla del narcotráfico ha encontrado terreno fértil para crecer y multiplicarse. Con frecuencia se utiliza el símil de la guerra para describir los esfuerzos de la sociedad dominicana y sus organismos de defensa para combatir  el virulento flagelo, pero casi siempre el propósito es para recordarnos que esa guerra, desgraciadamente, se está perdiendo, sea porque el enemigo ganó demasiado terreno antes de que hiciéramos conciencia de su presencia y peligrosidad, porque no utilizamos las armas adecuadas para combatirlo o, simplemente, porque nos negamos a reconocer la magnitud de las batallas que aún tenemos por delante, lo cierto y verdadero es que convivimos con el monstruo que nos devora sin que hagamos lo suficiente por evitar el triste y previsible final.

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