El primer picazo.- A estas alturas es difícil establecer cuándo o de qué manera se convirtió el primer picazo en otro de los rituales del poder, tanto para dar inicio de manera formal –fanfarria incluída– a las obras públicas como a las privadas, a las que siempre viene bien la bendición del Príncipe de turno.
El atípico presidente que fue el ingeniero Hipólito Mejía lo convirtió en un excelente pretexto para mostrar su irreverencia hacia ciertos usos del poder, con algunas derivaciones jocosas como las paladas de tierra a los pies de sus funcionarios o el corte de corbata del que fueron víctimas otros tantos, y es evidente que el presidente Leonel Fernández, a quien resulta difícil imaginárselo con un pico o una pala en las manos, no ha tenido otro remedio que dar continuidad a la costumbre. Ahora sabemos, de la peor manera posible, que eso del Presidente andar repartiendo picazos aquí y allá dándole su bendición a la iniciativa privada que se acoge al excelente clima para la inversión extranjera que predomina en el país, como cacarea la propaganda oficialista, no puede seguir siendo otro uso frívolo y superficial mas del poder.
El escándalo alrededor de la ultralujosa torre Atiemar, cuyo propietario está preso en España mientras se investiga su relación con un alijo de 1,200 kilos de cocaína que salió de República Dominicana, ha puesto a mucha gente a preguntarse si al presidente Fernández no se le informa previamente (a un periódico digital le resultó bastante fácil establecer que la empresa que construyó la torre no figura en el registro mercantil de España) sobre el pedigrí de los inversionistas a los que va a darle su espaldarazo con su presencia y el primer picazo de rigor, a fin de ahorrarle situaciones tan incómodas como en la que ahora se encuentra el mandatario.