Hasta el Papa.- Ni siquiera la revelación del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez de que lo dicho por el Papa Benedicto XVI en Roma sobre el auge de la corrupción, la pobreza y el narcotráfico en el país fue inspirado por la Pastoral emitida por los obispos el pasado 27 de febrero, a propósito de la celebración de la Independencia Nacional, ha conseguido restarle impacto a la recriminación del Santo Padre a nuestras autoridades, que ante la imprevista andanada han optado por el silencio culposo o la ridícula descalificación.
Por supuesto que se trata de un mal requete viejo y harto conocido, con el que hemos aprendido a convivir a pesar de que, por tratarse de una enfermedad potencialmente maligna, probablemente termine matándonos, pero cuya existencia solo recordamos cuando algún escándalo estalla en los medios de comunicación o no los recuerda el Departamento de Estado o Transparencia Internacional, es decir cuando se hacen visibles los síntomas de la insidiosa enfermedad que nos consume y llega la oportunidad de la indignación y los golpes en el pecho.
¿Serán las cosas diferentes cuando amaine la tormenta desatada por el boche del Sumo Pontífice? ¿Se pondrán a trabajar unos y otros, tanto los ofendidos por sus señalamientos como aquellos que desde la oposición política han querido pescar en río revuelto, en cambiar una realidad que nos llena de oprobio y verguenza? ¡Qué va! Usted y yo sabemos que no, que tan pronto se nos pase el mal sabor de boca que nos dejó tan amargo trago regresaremos a la normalidad, volveremos a ser el reino feliz de los chivos sin ley donde la carga, no importa qué tan pesada sea ni qué tan lejos vaya, se acoteja siempre en el camino, y la vida se arregla y desarregla cada día al ritmo de una cadenciosa bachata.