Del dicho al hecho.- Un rápido vistazo a las reacciones que ha provocado en distintos sectores de la vida nacional el anuncio del presidente Leonel Fernández de que el gobierno aplicará cero tolerancia a los funcionarios corruptos, sin importar qué tan poderosos o influyentes puedan ser sus padrinos, permite apreciar la poca credibilidad de que goza el mandatario en esa materia tan delicada, y la culpa no es tanto de la ausencia de iniciativas y acciones concretas de combate frontal al flagelo, como se le ha criticado de manera consistente desde organizaciones de la sociedad civil como Participación Ciudadana o la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS), como por el mal hábito adquirido en el ejercicio del poder de anunciar una cosa y luego hacer otra. Es probable que ese trecho, cada vez más amplio, entre lo que anuncia el Presidente y lo que una descreída y escéptica ciudadanía espera de ese anuncio, que debería ser fuente de preocupación permanente para cualquier gobernante al que le importe el respeto y la confianza que inspira en sus gobernados, no le robe el sueño al mandatario y a su complacida corte a pesar de que se trata de un fenómeno notorio y verificable que, eventualmente, puede tener efectos perniciosos sobre la llevada y traída gobernabilidad, sobre todo si las cosas se complican y la crisis financiera global –ni lo quiera Dios– nos pone finalmente de rodillas. ¿Cómo puede ser confiable, en tan difíciles circunstancias, alguien que dice una cosa hoy y hace otra muy distinta mañana, que no respeta su propia palabra o que apuesta de manera perversa a la corta memoria de un pueblo que prefiere olvidar lo más pronto posible los desmanes sin cuento de los políticos y sus socios de ocasión?