Resorts en el infierno.- Es comprensible que el general Manuel de Jesús Pérez Sánchez, Director General de Prisiones, rehusara explicar a los periodistas qué hacían en la celda del convicto por narcotráfico Rolando Florián Feliz, en horas de la noche y en un día en el que estaban prohibidas las visitas, las dos mujeres que se dice provocaron la desigual riña (las autoridades penitenciarias dicen que Florián estaba armado –no se rían, por favor– con un cuchillo de mesa) en la que murió acribillado a balazos, la mayoría por la espalda. Y es que a pesar de que los privilegios de que disfrutaba en Najayo, San Cristóbal, al igual que en todas las cárceles donde estuvo interno (como se dice ahora) el conocido capo eran un secreto a voces, resulta muy difícil para un funcionario explicarle a los periodistas y al país que este hacía virtualmente lo que le daba la gana en la cárcel donde se supone cumplía condena por sus agravios a la sociedad dominicana, y que eso era posible gracias a la permisividad (no culpo a nadie que prefiera usar la palabra complicidad) de las autoridades responsables de su custodia. No hay dudas de que la Procuraduría General de la República ha mejorado sustancialmente las condiciones de muchas de nuestras cárceles desde el inicio del establecimiento del nuevo modelo penitenciario, al que ya han sido incorporados diez recintos, pero cierto es también que en sentido general estas siguen siendo sucursales del infierno donde miles de seres humanos conviven en medio del hacinamiento y la abyección, mientras en el otro extremo, en un dramático contraste, existen privilegiadas condiciones de reclusión a los que solo tienen derecho aquellos que pueden pagar –narcotraficantes, extraditables y banqueros– en dinero contante y sonante el altísimo precio de la exclusividad.
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