Qué se dice…

Qué se dice…

Fue, como quien dice, la ida por la vuelta. Pero en esa visita, de apenas 24 horas, tuvimos la oportunidad de comprobar porqué han acuñado la frase «Time is money» (el tiempo es dinero), que tan bien recoge las esencias del capitalismo del que han sido los mejores exponentes. Durante su estadía en República Dominicana el señor John Taylor, subsecretario del Tesoro norteamericano, se reunió con el presidente Mejía y su equipo económico, con la cúpula empresarial, con líderes del Congreso y los principales partidos políticos, así como con ejecutivos periodísticos y orientadores de la opinión pública. Esos encuentros, a pesar de su brevedad, permitieron al funcionario hacerse una idea bastante clara de las dimensiones de nuestras dificultades económicas, hasta el extremo de que ha podido darse el lujo, incluso, de recomendarnos una receta de cinco puntos que nos permitirá salir airosos del atolladero, siempre y cuando -insistió- seamos capaces de mantener la política al margen de las posibles soluciones. Y todo eso, en tan solo 24 horas. ¡Cuánto rinden esos gringos!

[b]Jerigonzas[/b]

Como el presidente Mejía ha tenido tantos problemas para que sus mensajes lleguen a la población sin distorsiones ni ruidos, como los llaman los expertos en comunicación, tal vez sea injusto interpretar al pie de la letra su afirmación -alborotando, una vez mas, el avispero de la opinión pública- de que no está de acuerdo con el 50% de las decisiones que ha tomado. Lo que el mandatario ha querido decir, que se nos corrija si estamos equivocados, es que a lo largo de su gobierno se ha visto obligado a tomar decisiones con las que personalmente no está de acuerdo, decisiones que en la aplastante lógica del Poder, de eso que llaman «razones de Estado», encuentran su justificación. Pero sus palabras, como en otras ocasiones, han tenido el efecto contrario al buscado, pues lo que pudo haber sido una razonable explicación a las mediatizaciones a las que son sometidas, con más frecuencia de lo deseable, las decisiones de un gobernante, ha terminado en otra de las tantas jerigonzas a las que nos tiene acostumbrados nuestro atípico Presidente.

[b]Malas pulgas[/b]

El ayuntamiento del Distrito Nacional, o mejor dicho sus autoridades, no tienen porqué romperse la cabeza buscándole demasiadas vueltas al problema que han generado los vendedores del mercado de las pulgas, trasladados a un nuevo espacio que se entiende más adecuado a los planes de la sindicatura de convertir la Capital en un lugar más acogedor y habitable para todos, la «Ciudad Posible» con la que sueña Roberto Salcedo. Y la razón es muy sencilla: esos vendedores, que se calcula en cerca de seis mil, no tienen derecho a provocar el caos que reinó el pasado domingo en las intersecciones de las avenidas Independencia y Luperón, ni el cabildo capitaleño a permitírselo. Padres de familia, en definitiva, somos todos, aunque no todos -obviamente- estemos dispuestos a recurrir al chantaje o las amenazas para hacer valer esa condición.

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