CLAUDIO ACOSTA
c.acosta@hoy.com.do
Vivir en el barrio. Sin importar lo que finalmente ocurra en nuestro agujereado sistema de administración de justicia con los acusados de asesinar a Pascual Reyes González (Ronald), Manuel Jiménez, Elías García y Francisco Inocencio Eusebio (El Cojo), mucho tardará la gente de La Caleta, en Boca Chica, en olvidar a sus muertos y lo que sucedió aquella noche de pesadilla, cuando después de un intenso tiroteo no se sabe todavía entre quienes, la Policía se volvió loca y mató a cuatro de sus vecinos, gente honesta y de trabajo cuyo único pecado fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Como suele pasar con frecuencia a quienes viven en cualquiera de nuestros tantos barrios sitiados por la violencia, acorralados sus residentes por los desmanes de una delincuencia desbordada que los confina en sus casas desde que cae el sol por temor a ser asaltados o simplemente asesinados por algún gatillo alegre ahíto de cocaína, y para colmo víctimas también de aquellos que, a pesar de estar investidos de autoridad como es el caso de los llamados agentes del orden, son a menudo cómplices, socios o en el peor de los casos feroces competidores de los delincuentes en el negocio de apropiarse de lo ajeno sin importar consecuencias ni la vida de quien se llevan por delante.
Pregunte en cualquiera de nuestros barrios calientes –muy a pesar, desgraciadamente, de Barrio Seguro y el Plan de Seguridad Democrática– y se lo dirán sin mucho apuro; tanto miedo se le tiene al delincuente desalmado y brutal, como al guardián del orden que ignora dónde comienza y dónde terminan las fronteras legales en que se maneja, cruzando a uno y otro lado como Pedro por su casa.
En La Caleta están pagando las consecuencias de esa terrible situación, todavía abiertas las heridas dejadas por la irracional matazón que según versiones se produjo para que el coronel de la Policía muerto en la confusa balacera no se fuera solo. Pero en muchos barrios y pueblos del interior del país, aunque la situación no es tan dramática y terrible como en La Caleta, hay muchos dominicanos y dominicanas viviendo sumergidos en el miedo y la inseguridad, atrapados entre dos fuegos sin saber cuál es el peor o, si acaso, el menos malo, y sin nadie, absolutamente nadie, que los defienda.