Sin solución.- Usted podrá decir que fue una acción extrema, inaceptable, bárbara, criminal y todo lo que quiera agregarle y habrá que darle la razón, pero el hecho de que un militar dominicano de los que custodian la frontera le disparase a una comerciante haitiana porque esta se negó a pagar peaje para dejarla entrar al mercado binacional en Dajabón constituye también el mejor ejemplo de hasta dónde ha llegado esa práctica, por parte de militares, a todo lo largo de la línea fronteriza. Y lo peor de todo es que no es un secreto para nadie ni en Dajabón, ni en Pedernales ni en Santo Domingo, como saben los comerciantes de todo género de productos que comercian con Haití, y ni hablar de los pobres e infelices haitianos que empujados por la necesidad tienen que cruzar para este lado con frecuencia, como la mujer baleada el viernes pasado. Pero si acaso eso no fuera suficiente ahí están las recurrentes denuncias del padre Regino, coordinador de la Pastoral Fronteriza de la Iglesia Católica, a quien debe dolerle la lengua de tanto exigir que cesen los cobros ilegales, por parte de militares, a los nacionales haitianos que hacen comercio en territorio dominicano o que vienen a trabajar con asiduidad como jornaleros agrícolas o en la industria de la construcción. La creación, hace algunos años, de una unidad especial del Ejército, el famoso Cesfront, entrenada especialmente para proteger la frontera creó expectativas y hasta la falsa esperanza de que las cosas cambiarían, pero resulta evidente que sus miembros también se contaminaron y que han terminado comportándose igual que los que sustituyeron. Así las cosas cualquiera diría que se trata de un problema sin solución aparente, de esos con los que tendremos que aprender a vivir toda la vida y gobierno tras gobierno, y expuestos permanentemente a las críticas y denuncias de los organismos internacionales de derechos humanos que nos ponen en las cuatro esquinas de este globalizado mundo. ¡Qué verguenza!