Cementerios.- El asalto del que fue víctima en el Cristo Redentor un inspector de la Marina de Guerra, a quien los delincuentes despojaron de su arma de reglamento y le dieron un balazo en un pie, vuelve a poner la atención de la opinión pública sobre lo que ocurre en nuestros cementerios, donde ya es una macabra tradición romper a martillazos los ataúdes para evitar que los vándalos carguen con ellos. ¿Cómo es posible que los ayuntamientos no puedan mantener en buen estado los cementerios ni ofrecer seguridad a quienes los visitan? La pregunta anda de boca en boca, en programas de radio y televisión, como si no conociéramos la respuesta. Y es que la gran mayoría de nosotros está más o menos consciente de que una vez baje la marea de la opinión pública y ya nadie se acuerde, gracias a nuestra corta memoria, del asalto del que fue víctima Ramón Gustavo Betances Hernández, las cosas volverán a la normalidad, y en nuestros cementerios no estarán seguros ni los muertos.
Advertencia.- Todos los años, para estas mismas fechas, leemos la noticia en alguna parte. El país no está preparado para enfrentar desastres. ¿Las causas? Falta de equipos adecuados para garantizar un alerta temprana que permita poner en marcha una estrategia de prevención, y la incapacidad de nuestros gobiernos de convertir los proyectos de mitigación de riesgos en políticas permanentes y sostenibles en el tiempo, tal y como se determinó en un seminario realizado la pasada semana en un hotel de la capital. Y todo eso, a pesar de que nos encontramos en la ruta favorita de los feroces huracanes tropicales, además de que La Hispaniola, como acaban de comprobar de manera dolorosa los haitianos, se encuentra en una zona de alto riesgo sísmico. Por eso les recomiendo, a propósito del inicio de la temporada ciclónica, que repasen sus mejores oraciones y se encomienden a la virgencita de La Altagracia.