Problemas pequeños, problemas grandes.- Como muchos de los problemas que hoy nos agobian como sociedad, la ocupación de los espacios públicos –calles, aceras, áreas verdes, parques, plazas etc.— por particulares empezó de manera tímida, como quien no quiere la cosa, hasta convertirse, de la mano de la indolencia de las autoridades, en un comportamiento tan generalizado y extendido que desborda cualquier esfuerzo por revertir el actual estado de cosas. ¿Por dónde empezar si por donde quiera que usted pasa contempla el mismo panorama? El ayuntamiento del Distrito Nacional y la Autoridad Metropolitana del Transporte (Amet) han iniciado, de manera conjunta, un operativo para recuperar muchos de esos espacios públicos, sobre todo los que afectan de manera directa el libre tránsito y la seguridad de los peatones, pero en las presentes circunstancias ese esfuerzo parece tan inútil como intentar desaguar el mar Caribe armado tan solo de un jarrito. Además de frustratorio, todo esto debería servirnos de lección, pues aquí la moraleja es bastante obvia: los problemas hay que enfrentarlos cuando son pequeños y pueden controlarse, pues de lo contrario se vuelven tan grandes e inmanejables que simplemente hay que resignarse a convivir con ellos.
Una gran oportunidad.- La sentencia de la Suprema Corte de Justicia que establece que el Estado tiene la facultad para regular el sistema educativo tanto público como privado, rechazando un pedido de nulidad de un artículo del Código del Menor que prohíbe a los colegios sancionar o discriminar a los estudiantes por no estar al día con el pago de sus matrículas, da la oportunidad a nuestras autoridades educativas de hacer lo que nunca han hecho: acabar con los abusos de muchos colegios privados y las alzas antojadizas que disponen en sus tarifas, amparados en la sacrosanta y todopoderosa ley del mercado.