QUÉ SE DICE

QUÉ SE DICE

CLAUDIO ACOSTA
c.acosta@hoy.com.do
Intolerancia y represión.-  Los médicos hicieron bien al   desafiar la absurda y anti democrática decisión del doctor Franklyn Almeyda de prohibir la marcha que tenían programada realizar, junto al Foro Social Alternativo, hacia el  Palacio Nacional, que finalmente fue dispersada a bombazos, disparos al aire y chorros de agua por un contingente policial  a unas cuantas calles de la sede del gobierno.

Cierto es, como señala el secretario de Interior y Policía, que el Palacio Nacional  es un área muy sensible, la sede del Poder Ejecutivo de una democracia que a pesar de sus tropezones, altibajos e insuficiencias nos ha permitido llegar a donde estamos, pero no es verdad, como parece creer el funcionario,  que ese sagrado recinto se vendrá abajo o perderá su majestad y esplendor  porque varios  centenares de médicos acudan a sus puertas a reclamarle a sus actuales inquilinos salarios más decentes y mejores condiciones para realizar su trabajo. 

Desde que la democracia dominicana empezó a gatear allá por los primeros años de la década del 60, como bien saben algunos funcionarios  del gobierno que fueron protagonistas de primera línea de esos iniciales balbuceos, al Palacio Nacional se ha ido a protestar y a reclamar; de hecho, tenemos mártires muy venerados y respetados que murieron a sus puertas defendiendo esa democracia de uno de sus peores enemigos, la intolerancia, precisamente la clase de intolerancia que ha hecho nido en la Secretaría de Interior y Policía. Coincidencialmente, el despliegue represivo del que  acaba de hacer galas el gobierno al disolver con tan malos modos la marcha de los médicos se produce, precisamente, el mismo día en que se da a conocer en el país el informe del Departamento de Estado norteamericano   sobre la situación de los derechos humanos en República Dominicana, donde se nos atribuyen –como en anteriores informes– prácticas tan censurables como la tortura,  las ejecuciones extrajudiciales de supuestos delincuentes,  la discriminación a los haitianos  y la sobrepoblación de nuestras cárceles, entre otras  lindezas. ¡Y después  nos quejamos!

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