Qué se dice

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En favor del síndico
Hay que decir, en favor del ayuntamiento del Distrito Nacional y su síndico Roberto Salcedo, que por lo menos hasta ahora ha sabido mantener libre de letreros, afiches y cuanta promoción son capaces de inventarse los políticos y sus asesores para agredir las calles y los espacios de la ciudad con sus extemporáneas propuestas de candidaturas (no olvidemos que la Junta Central Electoral todavía no declara abierta la campaña proselitista), situación que contrasta visiblemente con el resto de los ayuntamientos del Gran Santo Domingo, que no han podido contener la lluvia de afiches y carteles promocionando aspirantes a síndicos, regidores, diputados y senadores.

Y eso es algo que le agradecen, y mucho, los munícipes capitaleños al síndico Salcedo, pues han tenido la oportunidad de comprobar que es posible regular la propaganda electoral sin que la ciudad se convierta en un caótico y arrabalizado carnaval de colores y consignas sin orden ni concierto. No es raro, sin embargo, que algún político interprete como una «persecución» que el ayuntamiento aplique las regulaciones vigentes sobre colocación de propaganda en los espacios públicos, cuando en realidad se trata de un valioso esfuerzo que, insistimos, agradecen profundamente quienes aspiran a vivir en una ciudad ordenada y limpia.

Necedades

Hubo de ser la Iglesia, experta en humanidades, la que viniese a recordarnos que el camino de la compasión es de doble vía; que así como esperamos que a nuestros compatriotas, allí donde fueren en busca de una mejor vida, se les trate con respeto y consideración a pesar de su ingrata condición de inmigrantes, asimismo debemos condolernos de la triste suerte de nuestros hermanos haitianos, mucho más sabiendo -como todos sabemos- que estamos hablando del país más pobre del continente. En su homilía del pasado domingo monseñor Antonio Camilo, obispo de La Vega, simplemente ha reafirmado el eterno compromiso de la Iglesia con los desheredados de la fortuna, con los más pobres y vulnerables, no importa si se trata de haitianos o dominicanos. Olvidar la naturaleza de ese compromiso es una verdadera necedad, pero más necio todavía es convertir la protección que se ofrece a los haitianos en parte de un problema que no han creado ni los curas ni la Iglesia, que nunca ha traído un solo bracero haitiano a dejar su fuerza de trabajo en suelo dominicano.

Un insulto

Han provocado gran revuelo en Santiago las revelaciones dando cuenta de los lujosos salarios que estarían devengando los técnicos extranjeros, de nacionalidad peruana, a los que el gobierno ha encomendado la tarea de sanear EDENORTE, rescatada junto a EDESUR de las manos golosas de la execrada Unión Fenosa. Se habla de un gerente de logística que gana 210 mil pesos al mes, de un especialista en comercialización que cobra 150 mil, pero también de otro especialista en saneamiento de clientes industriales que devenga 150 mil, más otros 69 mil por concepto de dietas, y así sucesivamente. Esos salarios, evidentemente, contrastan de manera dramática con los que cobra el resto del personal de EDENORTE, seguranente porque se trata de salarios medidos con el parámetro del primer mundo, calculados en dólares o en cualquier otra moneda «dura». No hay porqué dudar que ese es el dinero que merecen ganar esos especialistas, tampoco que gracias a sus conocimientos los santiagueros conocerán algún día el milagro de la energía eléctrica permanente, las veinticuatro horas al día, pero como en estos momentos lo que ocurre es todo lo contrario, que nadie se extrañe si se toman el monto de esos sueldos como un insulto. Ni más ni menos.

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