Qué se dice

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Balas perdidas
En el hospital Luis Eduardo Aybar, mejor conocido como «El Morgan», una mujer agoniza, al borde mismo de la muerte, luego de recibir el impacto de una bala perdida mientras dormía en su vivienda del barrio Santa Rosa, en Baní, la cuarta persona herida en las mismas circunstancias en lo que va de año en esa laboriosa provincia del sur próximo. Pero en Baní, al igual que en cualquier otro punto de la geografía nacional, nada pueden hacer, salvo resignarse, para evitar que esas cosas sigan ocurriendo, que la gente siga muriendo o sufriendo lesiones graves, muchas veces invalidantes, sobre todo entre los niños, que parecen ser el blanco favorito de esa mortal ruleta rusa que un buen día puede caer del cielo sin que nadie sepa cuándo ni dónde. Y he ahí, precisamente, el punto más doloroso de este problema, sin solución a la vista; nadie sabe quién será la próxima víctima.

Voceros

A nadie le gusta que le digan cómo hacer su trabajo, ni siquiera a un correcto y amable portavoz presidencial, pero alguien debe advertirle al licenciado Roberto Rodríguez Marchena, quien junto a Rafael Núñez forma el «dúo dinámico» de la política informativa oficial, que no hace falta convertirse -motu propio- en el pararrayos que absorbe todas las críticas que se hacen al gobierno, no importa si se trata de una de las típicas «pelas de lengua» de un popular productor de televisión, las quejas de un obispo cascarrabias o el más reciente informe sobre corrupción de Transparencia Internacional. Salirle todos los días al frente a un cuestionamiento a la presente administración, a lo que se hace mal o simplemente ha dejado de hacerse, debe resultar una tarea agotadora y sin duda ingrata, mucho más en estos países de gobiernos inevitablemente malos, que llegan al Palacio Nacional por la puerta grande, con los índices de popularidad por las nubes, para terminar en el más absoluto descrédito, repudiados y rechazados por una población que ha sentido cómo, una vez mas, los políticos han defraudado su voto y su confianza. El consejo, entonces, se cae de la mata; a cogerlo con calma muchachos, para que el entusiasmo les dure hasta el final.

Golpes del destino

Nadie piensa alegrarse de la calamidad ajena, pero es vieja ley de vida que, en muchas ocasiones, la desgracia de unos se convierte en la bendición de otros o viceversa. Ya nos pasó hace algunos años con el sector turismo, beneficiario indirecto de la psicosis antiterrorista que se desató en el mundo a raíz de los atentados del 11 de septiembre, y podría volvernos a ocurrir si, como se espera, el poderoso huracán Wilma golpea el centro turístico de Cancún, en el Caribe mexicano, nuestro más importante competidor en el área. Lo único malo es que en el gobierno, donde también leen los periódicos y ven la televisión, algún funcionario también caiga en la cuenta de ese fortuito golpe del destino o la Naturaleza, y lo convierta en un argumento útil en las difíciles negociaciones que se sostienen con el sector. No sería nada extraño, después de todo lo que ha sucedido, y en ASONAHORES saben de lo que estamos hablando. ¿Verdad que sí, Enriquito?

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