CLAUDIO ACOSTA
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¿Preparados?. Hace unos cuantos días los organismos de socorro del país, encabezados por la Oficina Nacional de Meteorología y el Centro de Operaciones de Emergencia (COE), convocaron una rueda de prensa para anunciar que se encuentran preparados para enfrentar la temporada ciclónica que recién inicia.
En ese encuentro la directora Nacional de Meteorología, la ingeniera Gloria Ceballos, junto al director del COE, el coronel Juan Manuel Méndez, dieron a conocer los pormenores del Plan de Contingencia así como la campaña de información diseñada para facilitar la interacción entre las instituciones involucradas en el plan, al tiempo que exhortaron a la población a mantenerse atenta a las informaciones emanadas de los organismos de socorro.
Como si ese anuncio no fuera suficiente justo ayer el general retirado Luis Luna Paulino, director de la Defensa Civil, explicó que ese organismo está en capacidad de ofrecer albergue a más de un millón de personas que deban ser evacuadas a causa de un huracán o la ocurrencia de inundaciones en zonas de alto riesgo. Todo eso está muy bien, y hasta se agradece, pues refleja el interés de las autoridades por evitar que el paso por el país de esos fenómenos atmosféricos causen el menor daño posible. Sin embargo, basta darse una vuelta por Los Guandules o La Ciénaga, a orillas del Ozama, para dudar de todo lo dicho por las autoridades.
Es lo que hicieron reporteros de este diario, solo para comprobar que esa gente aún ignora cómo saldrá del lugar donde vive en caso de una emergencia ni dónde tienen que buscar refugio. Siempre se supo que el gobierno no estaba en capacidad de cumplir la promesa del presidente Fernández de trasladar a lugares más seguros a quienes residen en zonas de alto riesgo pues le faltarían tiempo y recursos para hacer frente a un problema que tiene décadas gestándose, pero la ocasión es propicia para recordar que la promesa está pendiente y que esa gente sigue expuesta a que la furia del impetuoso Ozama se lleve de encuentro sus miserables ajuares o, en el peor de los casos, sus vidas y los pocos sus sueños rotos que aún atesoran.