Qué se dice

Qué se dice

¿Haitianofobia?
Ha vuelto a suceder, desgraciadamente, solo que esta vez ha ocurrido en Higüey, desde donde se reporta que autoridades provinciales y de la Policía Nacional tuvieron que ofrecer protección a cientos de ciudadanos haitianos para ponerlos a salvo de la ira de la turba que clamaba a gritos venganza por la muerte a cuchilladas de un camarero, a manos de un compañero de trabajo que resultó ser de origen haitiano. ¿Hasta dónde son espontáneas esas reacciones de la gente, tan sedienta de justicia que no puede esperar la acción de las autoridades correspondientes para intentar arreglar las cosas por su propia cuenta? Cuenta la crónica periodística que cientos de personas se congregaron frente a la casa de la víctima, en el sector Los Platanitos, donde empezaron a lanzar consignas antihaitianas, y que de ahí salieron a buscar haitianos en pensiones y hotelitos de mala muerte para dar rienda suelta a sus instintos.

Gracias a la oportuna intervención de las autoridades ha podido evitarse, al menos por esta vez, una gran desgracia, pero el episodio no debe ser pasado por alto, porque, al igual que hechos similares ocurridos en otros puntos del país, nos están enviando una señal que no podemos darnos el lujo de seguir ignorando.

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El próximo paso

Es verdad. En Capotillo la gente duerme mucho más tranquila, siempre y cuando un apagón, el mejor aliado del calor y los mosquitos, no le amargue la noche. Y hasta puede afirmarse, en beneficio del Plan de Seguridad Democrática, que la vigilancia continua -Harleys Davidsons incluidas- ha permitido a sus residentes recuperar espacios públicos que se habían perdido, pues la gente, temerosa de ser víctima de los impunes desmanes de los delincuentes, había adquirido el prudente hábito de encuevarse temprano en sus casas para ahorrarse problemas y disgustos.

Hoy las cosas son diferentes, y ya es posible ver a los vecinos compartiendo en las aceras una mano de dominó o a los niños afinando la vista practicando vitilla, ajenos a la amenaza omnipresente de una bala perdida. Capotillo ha cambiado mucho, es cierto, pero todavía falta demasiado para que las cosas cambien de verdad, cuando haya trabajo para los jóvenes, escuelas dignas para los muchachos, medicinas para los viejos y los enfermos, y sean cosa del pasado las inmundas cañadas que lo contaminan desde mucho antes de que los tígueres se adueñaran de sus calles y callejones. La delincuencia no es el único problema, ni siquiera el más grande, que tiene Capotillo. ¿Cuál es el próximo paso?

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Funcionarios públicos

Es muy probable que muchos de nuestros funcionarios públicos estén honestamente convencidos de la necesidad de promocionar adecuadamente sus logros, que solo pueden ser tales en la medida que satisfacen los intereses y necesidades de la gente que paga sus salarios con los impuestos que el fisco les saca de los bolsillos, mas aún si se trata de un funcionario electo por el voto popular, pues nunca se sabe cuándo se va a volver a tocar esa puerta. De ahí que se asocie al éxito de toda gestión a la compañía de una eficiente oficina de relaciones públicas que sirva de caja de resonancia de las acciones del ministerio o cargo electivo del que se trate, manteniendo informada a la comunidad de las obras que se construyen, las calles que se reparan o los proyectos de ley que se proponen.

Y no hay nada de malo ni de pecaminoso en eso, todo lo contrario, siempre y cuando sea en nombre de la bendita transparencia, y el funcionario de turno no olvide que si los periódicos son buenos para desplegar, en grandes titulares, sus hazañas al frente de la «cosa pública» -desde el inicio de un plan de letrinización en la frontera hasta la renovación de las tapas de alcantarilla de la Primada de América- también lo son para recordarles de vez en cuando sus obligaciones y responsabilidades.

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