QUÉ SE DICE

QUÉ SE DICE

CLAUDIO ACOSTA
c.acosta@hoy.com.do
Sicarios.
 Todos los indicios apuntan a que el  ingeniero Héctor Ortega Castillo, asesinado de cuatro balazos mientras se encontraba en un gimnasio en un hotel de la Capital, murió a manos de un asesino profesional, que se trató de un crimen por encargo, pues su perpetrador no solo parecía tener dominio del escenario, lo que le permitió escapar evadiendo  las cámaras de vigilancia, sino que se tomó todas las previsiones necesarias  para hacer su “trabajo” sin despertar sospechas como lo fue “disfrazarse” de alguien que hace ejercicios, y el detalle más revelador: cubrió el cañón del arma homicida con varias toallas para amortiguar el estruendo de los disparos, y luego la dejó abandonada en el lugar de los hechos junto al bulto de hacer ejercicios que le sirvió de camuflaje.

Estamos hablando de una modalidad criminal que viene ganando terreno, a pasos agigantados, en este país, al extremo de que mucha gente se jacta  de que puede contratar hasta por cinco mil pesos a un par de tígueres para que le den “´p`bajo” a un enemigo. Pero no se crean que esas cosas ocurren tan solo en el sórdido mundo del crimen o entre feroces narcotraficantes, que suelen tener, en lo que se refiere al dinero producto de  sus ganancias, los juegos muy pesados; aquí se está mandando a matar por celos o por despecho, por pegar cuernos, para quitarse de encima un rival de negocios o un socio que se ha vuelto muy incómodo, pero también por un pleito judicial en el que se tienen todas las de perder, como bien saben los familiares de los abogados que han sido asesinados en los últimos tiempos en el país a causa de los procesos en que estaban envueltos.

En Centroamérica y Sudamérica los llaman sicarios, y son una verdadera pesadilla, pues por su forma de operar suelen ser muy pocos los casos en que los asesinos a sueldo son apresados y, mucho menos, identificados por algún testigo. Todavía por aquí no estamos –Dios nos libre– a esos niveles tan dramáticos, pero puede resultar muy peligroso ignorar lo que está ocurriendo, la presencia del cáncer particularmente agresivo que ha penetrado  a nuestro cuerpo social, pues si nos descuidamos podría resultar demasiado tarde para contener su maligna  expansión. ¿O acaso ya lo es?

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