Un problema cultural.- Si hemos de hacerle caso al Procurador General de la República, quien afirma que sustraer objetos, drogas y otras pertenencias de valor en los allanamientos que practican la Policía Nacional y el Ministerio Público es una cultura, tiene uno que concluir, necesariamente, que este es un país muy culto. Porque desde hace mucho tiempo venimos escuchando, en boca de especialistas y opinantes profesionales, que aquí impera la cultura de la trampa y el engaño (verbigracia nuestros peloteros de Grandes Ligas y sus debilidades por los esteroides) y el irrespeto a la ley, pero también se habla como de la cosa mas natural del mundo de una cultura del contrabando y el robo de los dineros públicos, o en su defecto de la ausencia de una cultura de mantenimiento a las obras que construye el gobierno, lo que ha llenado el país –vale recordarlo– de ruinas recién inauguradas. Y ni qué decir del macuteo, esa cultura que practican con desparpajo el policía, el agente de la DNCD, el guardia en la frontera, el funcionario del ayuntamiento, el inspector de Migración, el empleado de Aduanas y pare usted de contar. (Ojalá no se me ofendan los servidores públicos a los que omití por razones de espacio) Y aunque ese no haya sido el propósito ni la intención del doctor Francisco Domínguez Brito al referirse al vulgar saqueo que protagonizaron los policías que allanaron un complejo habitacional en Sosúa, Puerto Plata, en el que se perdieron más de 60 millones de pesos y murió a balazos uno de los alemanes allanados, siempre tengo la incómoda sensación de que cuando se llama cultura a nuestros peores vicios, o se utiliza esa palabra para calificar cualquiera de las tantas secuelas del vergonzoso deterioro del principio de autoridad que ha degenerado en el libertinaje en el que vivimos, en el que predomina la cultura del chivo sin ley según el parecer de un teórico del patio, solo se está tratando de justificar lo injustificable.