Qué se dice

Qué se dice

Claudio Acosta.

En la fábrica de monstruos.  Quizá se trate de una simple coincidencia o, como sospechamos algunos, producto de un acuerdo tácito de los jueces, pero lo cierto es que los condenados y acusados de los peores crímenes van a parar a la cárcel del 15 de Azua, considerada la mas inhóspita, para decirlo de manera elegante, del viejo sistema penitenciario. A esa especie de inframundo sórdido y despiadado donde impera la ley del mas fuerte fue enviado, hace un par de semanas, uno de los acusados de matar, durante un asalto en Baní, a un niño de dos años a cuya madre despojó de una pasola, quien en pleno tribunal y al escuchar a dónde lo enviaba el juez gritó: “mejor péguenme un tiro en la cabeza”. No fue necesario. Al otro día de ser ingresado a ese recinto su cadáver apareció colgado en su celda, y todavía la Policía investiga si se ahorcó, agobiado por la inmensidad de la culpa, o lo ahorcaron sus compañeros de celda, dando cumplimiento así a una ley no escrita entre los presos que consiste en hacer justicia con sus propias manos con los asesinos y violadores de niños y niñas. Al 15 de Azua fueron también enviados, para cumplir un año de prisión preventiva como medida de coerción, los tres jóvenes (18, 19 y 20 años respectivamente) acusados de asesinar a puñaladas al locutor y presentador de televisión Claudio Nasco, que empezarán a expiar su culpa en el peor de los infiernos posibles antes de que un juez dicte la sentencia definitiva. Es evidente que a esos “monstruos”, que confesaron su crimen sin ninguna muestra de arrepentimiento, se les considera irredimibles, una causa perdida, por lo que solo resta castigarles con todo el peso y el rigor de la ley. Pero sería un gran error creerse que encerrándolos estaremos a salvo de su amenaza mientras la fábrica de monstruos, cuya principal materia prima es la inequidad y la exclusión consustanciales a nuestra pobreza, se mantenga encendida y en plena producción las 24 horas del día.

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