Indigna, pero no sorprende.- El vandalismo del que fue objeto el mausoleo del profesor Juan Bosch, fundador y líder del PLD, indigna pero no sorprende, pues a estas alturas ya nos hemos resignado a que los cementerios dejaron de ser lugares casi sagrados donde descansan los restos de nuestros seres queridos para convertirse en tierra de nadie, y la mas patente y patética demostración es el macabro ritual de romper a martillazos los ataúdes, antes de enterrarlos, para evitar que los saqueadores los profanen para robárselos. Lo que sí sorprende es que el lugar donde reposan los restos del venerado —al menos de la boca para fuera— líder peledeísta no estuviese mejor protegido, tanto de día como de noche, pues a sus discípulos les ha ido tan bien en todos estos años de gobierno que cualquier excusa para justificar la desprotección de su tumba, convertida en ciertas fechas en centro de peregrinación del peledeísmo mas devoto, puede considerarse poco menos que un insulto. ¿O me van a decir a mi los peledeístas que no podían pagar una vigilancia permanente, cueste lo que cueste, que evitara lo que ocurrió? No hay que ser adivino para saber que, después del robo, toca ahora poner el candado, ni tampoco para atreverse a pronosticar que los autores serán apresados muy pronto. Esa es la ventaja de tener una Policía eficiente, sobre todo cuando quiere. Eso no significa, sin embargo, que la amarga experiencia por la que han pasado los peledeístas servirá de acicate a las autoridades para devolverle, de una vez por todas, la seguridad a los cementerios, pues sería pedir demasiado. Y lo es porque los ayuntamientos se han desentendido, de manera vergonzosa, de su responsabilidad de brindarles protección y seguridad, al igual que a los que allí reposan, casi siempre con la excusa de la falta de recursos, que por supuesto nunca faltan para apacentar en sus nóminas a zánganos políticos cuya única vocación es succionar como sanguijuelas el Presupuesto Nacional.