Aunque a estas alturas resulte necio y redundante, hay que volver a decir que la violencia llegó a la sociedad dominicana para quedarse, por lo que tendremos que aprender a convivir con ella y, sobre todo, a tratar de sobrevivir a sus arteros ataques y acechanzas, pues no respeta tiempo, ni ocasión, ni rango social. Y un buen ejemplo de lo que acabo de contarles es lo que ocurrió durante el asueto de Semana Santa, que algunos “herejes”, que aprovechan estos días tan propicios para la reflexión y el recogimiento para cometer todo tipo de diabluras, convierten en Semana Diabla. En tan solo dos días, viernes santo y sábado, murieron seis personas por armas de fuego y otras cuatro por armas blancas en distintos hechos ocurridos en distintos puntos de la geografía nacional, casi igualando a los fallecidos en accidentes de tránsito y por ahogamiento –un total de 15– que reportó ayer el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) en el boletín final del operativo “Semana Santa Tranquila”. Son datos para alarmar a cualquiera, por supuesto, pero nosotros ya no nos alarmamos. Una señal inequívoca, hay que reconocerlo, de que va ganándonos la resignación que va a terminar convirtiéndonos en rehenes de la violencia nuestra de todos los días, bien se trate de la que acompaña a la desafiante delincuencia que nos ha arrebatado la tranquilidad y el sosiego, o la del desaprensivo irresponsable que porta un arma de fuego y no duda en utilizarla para dirimir una discusión por un simple accidente de tránsito; o para asesinar a su exmujer, delante de sus propios hijos, porque no quiso reconciliarse. Por eso, y aunque suene redundante, hay que volver a repetir que somos una sociedad desagradablemente violenta y peligrosa. ¿Qué vamos a hacer, además de contar los muertos y comprarnos perros prietos, para evitar que la violencia acabe destruyendo todo lo que hemos construido con tanto esfuerzo?