Volvió a ocurrir otra vez, y la mala noticia es que seguirá ocurriendo mientras en este país cualquiera pueda tener un arma de fuego, sobre todo los que disparan primero y piensan luego en las consecuencias, a lo que hay que agregar nuestra incapacidad crónica para resolver conflictos, aun se trate de algo tan sencillo como un accidente de tránsito sin mayores consecuencias que debería terminar con los involucrados en la Casa del Conductor, las compañías aseguradoras pagando los daños, y aquí no ha pasado nada que no pueda resolver una buena póliza. ¿Por qué matar o dejarse matar por tan poca cosa? A ese comportamiento, innecesariamente agresivo y violento, no escapan aquellos que por estar investidos de autoridad deberían poner el ejemplo y actuar con mayor prudencia y comedimiento, y eso lo vemos a cada rato y en cualquier esquina. El pasado lunes en la noche, por ejemplo, cuando un raso de la Policía resultó muerto y otras tres personas heridas durante una balacera que, apenas segundos antes, fue una acalorada discusión por un accidente de tránsito. Todo empezó cuando dos agentes policiales que viajaban en una motocicleta fueron chocados, se presume que accidentalmente, por un vehículo en el que iban varios hombres, uno de los cuales resultó que también es policía. Eso fue motivo suficiente para que pasaran de culparse unos a otros de haber provocado el choque a los insultos subidos de tono y testosterona, y de ahí en adelante hablaron las armas y la sangre llegó al río. Y seguirá llegando, pues nuestras calles se han convertido en peligrosos campos de batalla donde un simple accidente de tránsito puede convertirnos en víctimas colaterales de una guerra que, por desgracia, están ganando los violentos que disparan a matar.