Qué se dice

Qué se dice

La Unión Nacional de Medianos y Pequeños Industriales de la Harina ha descrito, de manera bastante convincente, las severas dificultades por las que atraviesa ese sector, lo que podría llevar a la quiebra a más de 2,000 panaderías. Pedro Pablo Grullón, presidente de la entidad, cree que la única salida que salvaría del colapso a todos esos negocios, que pondría en peligro más de cien mil empleos directos, es aumentar el precio del pan, actualmente a dos pesos, para llevarlo nada y nada menos que a cinco pesos. Grullón alega que los costos para producir ese popular alimento se han disparado de manera escandalosa, recordando que la principal materia prima para su elaboración, la harina de trigo, hay que importarla. Es probable que los panaderos tengan razón en sus alegatos, pero no hay que ser economista, ni cosa que se le parezca, para adivinar el impacto que tendría un aumento de esas proporciones en un presupuesto familiar que ya no resiste más acotejos ni remiendos.

[b]Una sugerencia[/b]

Una amable lectora de esta columna, sensibilizada al parecer con el comentario que publicáramos ayer sobre las tarifas que cobran los carros del concho que operan con gas propano, entre 18,000 y 19,000 a nivel nacional, ha hecho una interesante sugerencia que quizá valga la pena dar a conocer. Las autoridades podrían disponer que se coloque, en un lugar visible, algún tipo de rótulo que permita identificar a los vehículos que operan con ese carburante, de manera que el usuario se beneficie de la tarifa especial que los dueños de esos vehículos estarían obligados a cobrar. Sería la mejor manera, según nuestra lectora, de subsanar el abuso que supone que esos choferes aumenten sus pasajes a pesar de que utilizan un combustible subsidiado por el Gobierno para hacer menos pesada carga de nuestras amas de casa, obligadas a realizar el cotidiano milagro de alimentar a los suyos en medio de tantas carencias y limitaciones.

[b]Perseverancia[/b]

Ha regresado a los escenarios públicos de la mano de la zarandeada ley de Lemas, cuya aprobación permitiría al ingeniero Miguel Solano, expulsado de las filas del Partido de la Liberación Dominicana por alegada traición a los principios partidarios, inscribir su candidatura a la presidencia de la república en el PLD de sus amores, pero también de sus grandes frustraciones y resentimientos. En una nota de prensa que remite a este diario el dirigente político explica que ha tomado esa decisión para evitar que la «moral boschista» quede sin voz ni esperanza, al tiempo de proclamar, en su habitual tono grandilocuente, el regreso de la «inteligencia sin miedo». Está claro, sin embargo, que entre los deseos del presidente de la Asociación Quisqueyana de Intelectuales y la realidad hay un gran trecho, como lo prueba el que pretenda figurar en la boleta de un partido del que ha sido sumariamente expulsado, aunque lo cierto es que Solano todavía se define a sí mismo, a donde quiera que va o en cualquier documento público que calza con su nombre, como un «dirigente nacional del PLD».

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