Cuando creíamos que nuestro sistema judicial ya estaba a salvo de escándalos en el agonizante 2017, cuando ya nos habíamos resignado a despedirlo con el mal sabor de boca dejado por el escándalo provocado por la muerte, resurrección y fuga de Quirinito, la jueza interina de Ejecución de la Pena de San Cristóbal sorprendió a todo el mundo al emitir permisos de hasta cuatro días para que 62 condenados por diferentes delitos pudieran disfrutar en libertad de las fiestas de fin de año junto a sus familiares y amigos. De esos permisos se beneficiaron internos de los Centros de Corrección y Rehabilitación Najayo Hombres y Najayo Mujeres, del CCR20 de San Cristóbal, y el Centro Abierto de Mujeres Sabana Toro, algunos cumpliendo condenas por casos tan sonados como la matanza de Paya, las redes de narcotráfico y sicariato de José David Figueroa Agosto, y el célebre Rolando Florián Feliz. Por suerte la Procuraduría General de la República advirtió a tiempo la irregularidad y vetó los permisos, en los que no se especifica ni la dirección ni la forma de contactar a las personas que se harían responsables de su “custodia”. La jueza Katherine Rubio Matos se defiende alegando que actuó conforme a la ley, pero ya el Consejo del Poder Judicial inició una investigación y habrá que esperar sus resultados para conocer las razones que justifiquen o permitan entender su generosidad. Pero si es verdad, como publicó ayer este diario citando fuentes oficiosas, que la magistrada fue a Najayo a pregonar los permisos como quien anuncia una gran noticia o un nuevo producto o servicio, no habría que averiguar demasiado ni echar a volar muy lejos la imaginación, y mucho menos aceptar la coartada de que solo actuó movida por el “espíritu navideño” que nos contagia a todos en estas fechas.