Qué se dice

Qué se dice

A los rateros a veces las cosas les salen mal. Cada vez que alguno de ellos falla al huir, después de arrebatar alguna cadena o cartera de mujer, y cae en manos de transeúntes, aparecen quienes les golpeen implacablemente al compás del estribillo de ¡mátenlo, mátenlo! En justicia, nadie puede arrogarse las funciones de los policías y jueces infligiendo castigos con sus propias manos. Tal agresividad de la gente de la calle se explica en el palpable desorden urbano. Por algunos sitios se advierte la presencia de mozalbetes que violan normas legales, al transitar velozmente en motocicletas sin placas, sin licencias de conducir y sin seguro. Aunque se trata de una plaga de muchachones con un perfil sospechoso, aquí no hay patrullaje policial que se especialice en contener la delincuencia motorizada, a pesar de que para neutralizarla bastaría con que les exijan a los tales motociclistas que presenten documentos y que sus minivehículos estén en buen estado. Es sobre la impunidad con que pueden desplazarse sin control, que prospera la ratería.

[b]A brazos partidos[/b]

Las ventas populares del gobierno brindan oportunidad de adquirir a precios bajos, una serie de productos alimenticios que por motivo de la depreciación de la moneda, alcanzan niveles prohibitivos en el comercio tradicional a que acude el común de los ciudadanos. Pero se hace patente que la intensidad de la demanda, genera frustraciones y dificultades a los compradores. De los tumultos que se arman, muchos salen maldiciendo la hora en que para poder comer, tienen que luchar a brazos partidos. Como la mercancía se distribuye en cantidades limitadas, una parte de los que acuden a comprar regresa a la casa con las manos vacías, una poderosa razón para que el nivel de frustración se eleve. Está a la vista que el auxilio que el Estado presta a los pobres y sectores de clase media, subsidiándoles alimentos, se queda corto para la cantidad de dominicanos que lo necesitan. En cierto modo, el creciente interés por esos expendios constituye una demostración más elocuente de lo mala que está la cosa.

[b]Miel… y hiel[/b]

La expedición de “impuestos únicos” para que altos funcionarios puedan comprar autos de lujo o ceder sus derechos a cambio de fuertes sumas de dinero que se embolsillarían, es defendida por voces oficiales en razón de que “eso siempre se ha hecho”, lo cual es inaceptable para quienes entienden que el primer deber de las autoridades, es poner fin a los tratamientos de privilegio y dispendio. ¿Saben esas autoridades que con menos de una décima parte de los impuestos que se dejan de pagar por ese concepto o que ingresan a las cuentas de los bien pagados jerarcas, se pondría fin a una causa de sufrimientos en el hospital Robert Reid Cabral? Los equipos de diálisis para niños pobres en el referido centro asistencial, no pueden operar actualmente por falta de insumos y la muerte podría ir a varios hogares pobres por esta causa. La reactivación de este servicio crucial se lograría con algún aporte mensual mínimo. Algo insignificante en comparación con lo que el Estado adjudica en demasía para lujo y holgura de quienes ya disfrutan las mieles del poder.

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