Demasiado se habla del pecado y muy poco, o casi nada, del pecador, pero todos esos haitianos que nos “invaden” de manera pacífica no cayeron del cielo, ni son los guardias los únicos responsables de que la frontera sea tan solo una línea imaginaria que únicamente tiene sentido y utilidad en los mapas. Por suerte el padre César Hilario, director del Orfeón de Santiago, no tiene problemas en llamar al pan pan y al vino vino, ni en decir que el contubernio entre empresarios dominicanos y haitianos es el que sostiene ese intenso trasiego humano del que se beneficia tanta gente de este y aquel lado de la frontera. Se trata de una “mafia” que, según el sacerdote, rinde tributo a mucha gente y a la que las autoridades le ponen muy poca atención, y no hay que ser muy mal pensado para imaginarse porqué. Pero el padre Hilario solo está diciendo en voz alta lo que otros prefieren callar, por lo que no está descubriendo nada sino mas bien recordándonos que ese contubernio es asunto viejo, que no para de crecer porque tampoco lo hace la codicia de los que se benefician de la explotación de esa mano de obra barata y prácticamente sin derechos. Curiosamente, los nacionalistas que critican la blandenguería del gobierno se refieren muy poco a esa parte del “problema haitiano”, cuando resulta evidente que esos empresarios son en gran parte responsables de un flujo migratorio que nunca les ha interesado regular ni transparentar, pero tampoco ha habido voluntad, de parte de las autoridades, de obligarlos a que lo hagan, pues con demasiada frecuencia suelen ser sus cómplices. Y si es verdad, como afirman los nacionalistas y otros sectores preocupados por la incontrolada inmigración haitiana, que estamos ante una invasión pacífica y silenciosa que amenaza la integridad de lo que conocemos como nación dominicana, esos empresarios, sus socios y facilitadores merecen el calificativo de traidores a la Patria. ¿O no es así, mi querido Pelegrín?